A pesar de su fama de lluvioso, el Viernes Santo sevillano es el día más grande que existe en la Semana Santa mundial. Los años que no llueve, cuando no se tuerce, podríamos ver en las calles 24 horas de cofradías casi sin interrupciones. El Viernes Santo sevillano es una locura, una exageración. Oficialmente, está dividido entre el Viernes Santo Madrugada y el Viernes Santo Tarde. Se vive como dos jornadas, como si la madrugada fuera de otro día, quizá del Jueves Santo, porque todavía no se han acostado a dormir. También tiene su mañana y su amanecer, cuando se levantan los que van a ver al Gran Poder, que si madrugan un poquito más podrían acudir también a la entrada del Silencio.

A las 0:00 horas del Viernes Santo, en la Macarena, se abren las puertas de la basílica para que salga la cruz de guía de la Esperanza. Fronteras aún del Jueves Santo, cuando está entrando la Quinta Angustia; y todavía siguen, camino de sus templos, Montesión, El Valle y Pasión. En los límites de las 24 horas del Viernes Santo, entrarían 17 cofradías (4 del Jueves que ya van de regreso, las 6 de la Madrugada y las 7 de la tarde del Viernes Santo).

El tiempo desaparece, los límites se borran, la realidad y el sueño se funden en horas inolvidables. Entran en esos límites temporales, imágenes que figuran entre las devociones más universales de Sevilla. La madrugada se prolonga con el Nazareno, el Gran Poder, la Esperanza Macarena y la Esperanza de Triana, el Cristo del Calvario, y el Señor de los Gitanos, entre otras tallas que impresionan. Al llegar la tarde, empieza a salir el Cachorro, obra magna del Crucificado cristiano. Veremos también el Cristo de la Conversión, del que se suele decir que es el Gran Poder en la cruz; y los misterios imponentes de la Carretería y la Mortaja, y el dúo sublime del Señor de las Tres Caídas con el Cirineo. Y, en Triana, su Nazareno agobiado de la O. Y en San Buenaventura, su Soledad sonora.

En esas 24 horas hay obras de Juan de Mesa y Martínez Montañés, de Francisco Antonio Gijón y de Francisco Ocampo, de autores anónimos que serían del más alto nivel si se demostrara su autoría, y de casi todos los grandes imagineros del siglo XX, el otro gran periodo del esplendor. Están presentes no sólo los artistas con sus obras, sino la representación plástica de la Pasión más sublime que hacerse puede.

Y, sobre todo, se actualiza el amor de incontables generaciones de sevillanos, que les rezaron durante más de cuatro siglos. Todo eso, y mucho más, es el Viernes Santo completo. ¿Aún se puede dudar cuál es el día más grande de Sevilla?

José Joaquín León