EL caso del yihadista que presuntamente quería atentar en Sevilla es sorprendente. Los detalles que se han publicado indican que no sólo era un joven estudiante en apariencia normal, sino que aprovechaba sus contactos en una facultad de la Universidad de Sevilla para crear una célula. Todavía se encontraba en fase embrionaria, según se ha matizado después, y no han encontrado material explosivo. Por lo que parece imposible que pudieran atentar en la Semana Santa pasada. Aún así, habrían contactado con el Estado Islámico. Las masacres de Sri Lanka, ocurridas el Domingo de Resurrección, aunque en otras circunstancias y con otros protagonistas, confirman que no se puede bajar la guardia.

Después de la detención en Marruecos de Zouhair El Bouhdidi, de 23 años, hijo del imán de la mezquita de Su Eminencia, la Policía realizó registros y detuvo en Sevilla Este a otro joven, Salah Eddine Taiebi, de 21 años. Un juez le ha dejado en libertad con cargos, en contra del criterio de la Fiscalía, que pedía su ingreso en prisión. Esto tampoco se entiende bien, a nivel popular. Si queda en libertad, parece que los indicios son débiles o muy dudosos; y si no es así, resulta inexplicable que lo suelten, aunque sea con cargos.

Más preocupante que sus proyectos (que podrían no haber pasado de la fase de ocurrencia), es el perfil de los dos detenidos y de los supuestos compinches. Se trataría de jóvenes de poco más de 20 años, con estudios, matriculados en la Universidad. Jóvenes de familias de origen marroquí, domiciliadas legalmente en Sevilla. Jóvenes de una segunda generación de migrantes, y no de recién llegados con síntomas hipotérmicos en pateras.

Es decir, jóvenes que no encajan ni en los tópicos propagados por la extrema izquierda ni por la extrema derecha. De un lado, los presentan como jóvenes pobres y desesperados, del lumpen, socialmente desarraigados, incultos, que son víctimas fáciles de quienes se aprovechan de ellos. De otro lado, los pintan como jóvenes delincuentes que vienen a España a robar y cometer fechorías. Ninguno de los detenidos encaja en esos perfiles.

Aunque no es el mismo caso, entre los nueve terroristas de Sri Lanka había miembros de una familia millonaria, que se inmolaron con explosivos y causaron más de 300 muertes. Los yihadistas manejados por el EI están intelectualmente radicalizados por una creencia manipuladora y cruel, pero no son analfabetos ingenuos, sino malvados a conciencia. Al yihadista lo podemos tener cerca; incluso en la clase de al lado, en la Universidad.

José Joaquín León