SE perdió la vida conventual en Santa Clara, con una iglesia en proceso de recuperación. Pero cerca de allí, junto a lo que ahora se denomina Espacio Santa Clara, hay una casa que evoca una Sevilla oculta del siglo XXI. Me refiero a la Casa Sacerdotal, la residencia para sacerdotes construida con diseño de los arquitectos Gonzalo Díaz Recassens y Antonio Martín Molina. Allí estuvo el antiguo colegio jesuita de la calle Becas, aunque es recordado por el Ideal, un cine de verano. Entre la trasera del final de la Alameda, Santa Clara y Lumbreras sobrevive una Sevilla que se reinventa, entre los okupas y los grafitos, entre el arte contemporáneo y las exposiciones diversas. Allí surge también la Casa Sacerdotal, a la que llegó el Santísimo en la mañana del domingo de la Ascensión.

Su Divina Majestad salió de San Lorenzo. Recorrió las engalanadas calles del barrio, donde quedan algunos enfermos que comulgan en sus casas. La Sacramental, integrada en la Soledad, organiza esta procesión, en la que participan las hermandades de la feligresía (Dulce Nombre, Gran Poder, Buen Fin, la Pastora de San Antonio). Al llegar a la Casa Sacerdotal, es como entrar en un oasis espiritual, en un remanso de paz, en la beatitud anticipada.

En esa Casa residen sacerdotes ancianos de Sevilla. La mayoría muy conocidos. Sacerdotes que tuvieron responsabilidades, parroquias, cargos notables... Algunos son ya casi centenarios, otros se acercan a los 90 años. Unos resisten en mejores facultades que otros. Algunos están inválidos, en sillas de ruedas. En esa mañana de la Ascensión esperan ante un altar instalado junto al patio. Llega el Santísimo. El párroco. Francisco de los Reyes Rodríguez López, lo llevará de vuelta  a San Lorenzo. El director de la Casa Sacerdotal, el padre Gumersindo Melo, lo ha trasladado allí. Se arrodilla para los rezos. La Banda de Tejera se ha sumado al silencio.

Los cuidadores que los atienden permanecen como centinelas junto a los curas ancianos. Algunos no oyen. Una intérprete traduce las oraciones al lenguaje para sordos. Esta mímica de la adoración  eucarística, en sus gestos, es aún más elocuente que las palabras. Dibuja en el aire la certeza de que somos indignos de su gloria.

Pocos minutos después, la procesión sale de la Casa Sacerdotal. Se dirige hacia la calle Lumbreras. La Banda de Tejera toca la Marcha Real. Su Divina Majestad se va... Y, en el calor de la mañana, percibimos que también se ha quedado en esa Casa, al lado de sus servidores, de quienes se han dejado jirones de su vida para que Sevilla conozca a ese Señor que los visita.

José Joaquín León