EN el Palacio Arzobispal se organizó un Encuentro de Pensamiento Cristiano, titulado La Iglesia en la sociedad democrática. Precisamente el mismo día que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, amenazaba a los obispos, tras las declaraciones del nuncio Renzo Fratini. El encuentro del Arzobispado estuvo presidido por el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, y contó con una ponencia de Jesús Avezuela, director general de la Fundación Pablo VI y letrado del Consejo de Estado. Entre los asistentes había cualificados representantes de la sociedad sevillana, profesionales, miembros de grupos eclesiales y también políticos de diversas ideologías, como las diputadas del Congreso Sol Cruz-Guzmán (PP) y Reyes Romero (Vox), el portavoz municipal de Ciudadanos, Álvaro Pimentel, y el delegado de Justicia y Turismo, Javier Millán, también de Cs, o el anterior viceconsejero de Turismo y Deporte, Diego Ramos, del PSOE, entre otros.

Aparte de culpar a los medios de comunicación de todos los males de la Patria, siguiendo tradicional costumbre, me llamó la atención la poca autocrítica de los políticos. Quienes intervinieron se presentaron como santos varones y santas mujeres, preocupados por el interés general y el bien común. Con los políticos no se puede generalizar, hay de todo: buenos y malos. Además de que ser político se ha convertido en una profesión, como médico o bombero. No contribuye a su mejor imagen que en el primer pleno municipal de Sevilla se subieran los sueldos una media del 40%. Con algunas discrepancias, eso sí.

El obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, recordó que la Iglesia debe ser “la garantía de la democracia verdadera”. Precisamente porque la democracia se basa en un principio cristiano: todos los hombres y mujeres son iguales. Lo mismo vale el voto de un analfabeto que el de un intelectual (eso no lo dijo él así), porque se reconoce la dignidad soberana de cada persona.

Sin embargo, parece que la Iglesia no puede opinar en los asuntos políticos. Si un obispo critica algo, recibe un  estacazo. Vivimos en un país que sigue condicionado por el anticlericalismo de siglos pasados, que en casos extremos llevó a la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX, y a la quema de iglesias y conventos en el siglo XX (que fue mucho peor). Por el contrario, apenas se reconoce su acción social, su solidaridad y sus esfuerzos.

¿Y qué es la Iglesia? No la forman sólo los obispos, también todos los católicos, incluidos aquellos que están en la trinchera política y deberían defender sus valores, buscar acuerdos y ser coherentes.

José Joaquín León