EN las necrológicas que circulan tras la muerte de Arturo Fernández se le califica como “el último galán”. En realidad, y visto desde Sevilla, Arturo ha sido el penúltimo. El último superviviente de los galanes es la Camisería Galán, que se encuentra en la calle Sagasta desde 1905. Desde antes de que naciera Arturo Fernández, y con un escaparate que acredita su origen más que centenario. La camisería y sastrería, que cuenta con una clientela básicamente de señores elegantes y tradicionales, mantiene un doble juego perfecto, pues el nombre le viene de su fundador, el soriano Isaac Galán, y encaja en el galanismo. Estilo clásico y muy formal; con toques como ponerse una guayabera verde en verano.

Arturo Fernández se jactaba de su galanería. Yo sólo hablé con él tres veces, pero le hice una entrevista, publicada en una contraportada de este Diario (y de los demás del Grupo Joly) en octubre de 2011. Ya tenía más de 80 años, pero presumía de seguir ligando. También dejaba consideraciones sobre el eterno problema de las relaciones entre los hombres y las mujeres, y sobre todo de las infidelidades, con las que alcanzó grandes éxitos teatrales.

Sobre este asunto, decía Arturo lo siguiente: “Distingo entre los cuernos de cintura para abajo y los cuernos de cintura para arriba. Los de cintura para abajo es mejor no contarlos. Y los de cintura para arriba es mejor no vivirlos; pero si llegan, hay que contarlo, aunque sea doloroso”.  

También iba de aguerrido en la política. Era de derechas sin disimulo. Un galán jipioso o bakuninista es cosa rara, pues al galán se le supone cierto tradicionalismo, tirando a esencia rancia. Arturo Fernández se negó a actuar en Cádiz, hace pocos meses, porque el alcalde Kichi es de Podemos. Hombre de ideas claras: “Ahora necesitamos gestores, no actores. Pienso que en España sobran partidos. A excepción del PP y el PSOE, todos los demás son prescindibles”. Esto me lo dijo en 2011.

Toquen madera en los mostradores de la Camisería Galán, a la que deseamos larga vida por el bien del comercio sevillano. Pero el galanismo está mal visto, no es como antaño. La gente los confunde con los viejos verdes, y no es eso. Tampoco son como los play-boys de las primeras playas con suecas. El play-boy, como se decía en inglés y sonaba a revista erótica, parecía moderno, pero ahora evoca una carcundia hortera que tira de espaldas.

Por el contrario, el galán resultaba seductor y atractivo a las damas, precisamente por ser elegante, educado y de buen porte. Hoy sólo gustan a algunas señoras románticas, que ya son bisabuelas.

José Joaquín León