TENIENDO en cuenta la alegría de Juan Espadas por el turismo, es raro que el Ayuntamiento de Sevilla no haya creado la Delegación Municipal de la Felicidad en la última remodelación. Parece que están de moda y que abundarán en los próximos años. En la población onubense de San Bartolomé de la Torre aprobaron el objetivo de ser el pueblo más feliz de España en 2030. Los bartolinos y bartolinas están locos de contentos y piensan que le dará fama al pueblo. Puede que acudan allí los tristes y los desesperados, en peregrinaciones masivas para ser felices. Se puede convertir en un parque temático de la felicidad. Se empieza así, como una gracia y a carcajadas, y se acaba despotricando de los turistas.

Ser felices por voluntad de los gobiernos no es novedoso. En la primera Constitución española, aprobada en las Cortes de Cádiz, en 1812, ya se apuntaba: “El objetivo del Gobierno es la felicidad de la Nación”. Desde entonces se ha intentado llevar esto a la práctica. En España con muchas dificultades. En Hispanoamérica, como tuvieron diputados en las Cortes de Cádiz, se tomaron en serio la felicidad.

En 2013 creó Maduro, en Venezuela, el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo. Fíjense en la ocurrencia y el ocurrente. También hubo un Ministerio de la Felicidad en Argentina. En Ecuador crearon, con rango de Ministerio, la Secretaría de Estado del Buen Vivir. Duró poco. ¿Se imaginan si la Junta de Andalucía hubiera creado la Consejería del Buen Vivir, en los tiempos de la tarjetita loca?

La escritora india Arundhati Roy publicó una novela titulada El Ministerio de la Felicidad Suprema. Más recientemente, cuando a Pablo Iglesias se le antojó ser vicepresidente del Gobierno, no se le ocurrió pedir a Sánchez un nuevo Ministerio de la Felicidad Suprema, que le hubiera venido como coletero a la coleta. Con resonancias a Maduro, tan de su agrado.

Pero se hablaba de Sevilla. Los portavoces municipales, tras la subida de sueldos, hubieran votado a favor de crear la Concejalía de la Felicidad. Podríamos tener la delegación del Hábitat Urbano, Turismo y Felicidad, para Antonio Muñoz; o bien de Fiestas Mayores y Felicidad, para Juan Carlos Cabrera. Se podría decretar que hubiera procesiones los 365 días del año, siete días de fiesta local en la Feria, más pasos en el Corpus, turistas en Palmete… Y acordarse de los pobres y sus barrios, por donde la Felicidad Suprema pasa de largo.

José Joaquín León