EL estadio de La Cartuja está considerado como un despilfarro. No cabe duda de que lo es, en las actuales circunstancias. Cuando se gestiona la propiedad de un espacio urbano o un edificio público, en vez de lamentarse por el pasado (en este caso, para seguir culpando a Alejandro Rojas-Marcos, que dejó de ser alcalde en 1995) lo que deben hacer es rentabilizarlo, con usos realistas adecuados al presente y con vistas al futuro. La historia del estadio, inaugurado en mayo de 1999, es archiconocida. Hoy me refiero, en este artículo, al lado oscuro, que también existe. Y no por culpa del estadio, sino de la tradicional falta de vigilancia policial en sus alrededores.

En esa zona de la isla de La Cartuja, en el entorno del estadio, han perpetrado infinidad de delitos, abusos e infracciones en los últimos años. De vez en cuando, trascienden algunas intervenciones. Por ejemplo, relacionadas con las carreras de automóviles y otros vehículos. Recientemente hubo una operación contra el drifting, también conocido como quema-ruedas, en donde participan automóviles que derrapan a altas velocidades. Es una de las modalidades practicadas con nocturnidad y alevosía (y a veces con no tanta nocturnidad) en ese entorno, que es amplio y permite una diversificación de las actividades ilícitas. Las carreras de vehículos no las organizan sólo para imitar a Fernando Alonso, sino que a veces se han vinculado con apuestas clandestinas.

En las dos últimas décadas han cometido allí otras ilegalidades. Algunas vinculadas al mundo de la droga, con operaciones de compraventa. Otras relacionadas con el submundo de la prostitución (y no sólo de mujeres, también de chaperos y otras modalidades genéricas). Aparte de citas raras en los aparcamientos, incluso a ciegas, en las que a veces han salido navajas a relucir, según fuentes policiales.

La noche en los alrededores del estadio de La Cartuja es de cine negro. Es raro que alguien acuda allí por motivos filantrópicos. Como no es un lugar de paso habitual, hay que ir, y eso facilita actividades conflictivas. La vigilancia es esporádica. La soledad de esos parajes y la oscuridad contribuyen a crear allí una boca de lobo.

Esas actividades clandestinas suceden en la misma isla de las maravillas tecnológicas. A la vera de un estadio inaugurado hace 20 años, obra de Antonio Cruz y Antonio Ortiz, los mismos arquitectos sevillanos del elogiado Wanda Metropolitano del Atlético de Madrid. Un estadio infrautilizado, que ciertamente es un despilfarro. Por la falta de ideas para rentabilizarlo, y por el fracaso de sus gestores.

José Joaquín León