HOY termina la cuesta de enero, que tiene fama de dura. Sevilla es una ciudad con pocas cuestas. Esto se decía mucho en los tiempos de Monteseirín en la Alcaldía, cuando el gobierno socialcomunista (según se le denominaba entonces) llenaba la ciudad de carriles para bicicletas. Algunos recordaban que Sevilla no era como Ámsterdam, con su barrio rojo, ni como Copenhague, con su sirenita, y que aquí tampoco había tanta afición al ciclismo; y que las bicicletas son para el verano (como en la obra de teatro de Fernán Gómez y en la película de Jaime Chávarri), y que en verano hace 43 grados a la sombra. Pero el frenesí ecologista ya existía desde antes de que se enfadara Greta Thunberg. Como había pocas cuestas y muchos carriles, las bicicletas fueron palante, hasta que se toparon con los patinetes y otros inventos maliciosos.

La cuesta sevillana más famosa es la del Bacalao. No se denomina así, sino calle Argote de Molina, nombre que nadie utiliza. Argote tiene mala rima y una historia poco conocida. Nació en Sevilla, en 1548, por lo que pilla lejos a la Memoria Histórica. Además de ser un humanista, gran coleccionista de antigüedades, y tener su casa convertida en museo, con una estupenda biblioteca, fue mecenas de pintores de cierta fama y amigo de escritores y pensadores. Eso no le impidió ejercer como militar y participar en la conquista del peñón de Vélez de la Gomera, o combatir la rebelión de los moriscos en las Alpujarras.

Esto lo recuerdo porque hay un sector de la gente que no sabe lo que se esconde detrás del nombre de cada calle; ni que los personajes hacen cosas correctas e incorrectas a lo largo de su vida. Este Argote de Molina se llamaba Gonzalo y era militar, como Queipo de Llano, pero no es lo mismo, claro. Y su calle aún existe, aunque se la conoce como la Cuesta del Bacalao. Por el Bacalao que allí estuvo desde 1922 a 1976, y que después fue conservado en el Baco de la calle Cuna y repuesto por mediación de Luis Miguel Martín Rubio, buen conocedor de la materia prima.

Con las del Bacalao y el Rosario, se nota que en Sevilla sólo interesan las cuestas cuando van hacia arriba. Las cuestas son para los costaleros, y todo lo demás no importa. Cuando la cuesta va hacia abajo, como en la calle Javier Lasso de la Vega (cuya historia no voy a recordar), la afición pierde interés. Como si faltara esa pizca de sadomasoquismo cofrade, que es herencia de los latigazos de los disciplinantes, y que se manifiesta en el moratón del costalero. Cuanto más para arriba, y más empinada, y más larga, mejor es la chicotá.

Aquí la cuesta de enero interesa poco, se ha subido y punto. La gente ya está preguntando por el pregón de Julio Cuesta.

José Joaquín León