IMAGINA un clavel blanco de la Amargura que guiña a San Juan, un clavel rojo del Cristo del Amor que acaricia el pelícano, un clavel rosa del Dulce Nombre, el Valle o el Patrocinio, un tulipán abierto para la Virgen de Regla, un lirio de la Quinta Angustia o de Jesús Nazareno, un ramillete de azahar de la Virgen de la Concepción, un clavel ensangrentado que roza el talón del Gran Poder, un clavel que espera una lágrima de la Esperanza Macarena o una orquídea que se cimbrea en una jarra de la Esperanza de Triana, un clavel rojo que va a morir en el puente con el Cachorro y que ha muerto a la vera del sudario de la Mortaja, o un lirio que se ocultaba en la noche de San Lorenzo junto a la cruz vacía de la Soledad.

Nada de eso veremos. La flor se quedará sin cortar, o quizá se corte para otros fines. En Chipiona, en algunas poblaciones de Sevilla, en otros lugares de Andalucía, y hasta puede que en Holanda o en Singapur, cultivaban flores que serían cortadas un día de marzo y que anunciarían otra primavera en el arte barroquizado de los pasos. Hoy han perdido su utilidad. Y no será igual que cuando llueve y no sale una cofradía, porque entonces se marchitan de pena, pero se quedan en los pasos.

La flor no sentirá el corte que la aleja de la tierra y la aproxima al cielo. La flor también iba al cielo con Ella. La flor se quedaba asida, como una esperanza, a la jarra de plata con cincel de orfebrería. La flor se quedaba prendida al monte de corcho, para ser un hito del Calvario en el que Cristo muere todos los Viernes Santos. La flor se hizo silvestre, campesina y quizá pobre en la calle de la Amargura junto al Señor con la cruz al hombro. La flor era la rosa que no le clava sus espinas a Guadalupe o a Caridad, cuando van por el Arenal, refrescadas por la brisa del río que se aleja.

Los productores de la flor cortada de Chipiona han lamentado los grandes daños económicos que les ha ocasionado esta crisis del coronavirus, como a tantos sectores productivos de Andalucía. Es una ruina, porque en las fiestas de primavera concentraban los beneficios del año. Puede que la flor luzca en septiembre, fuera de su temporada natural, según sugiere el Vaticano. O que las flores vuelvan en esa mañana del Corpus que se enjoya con una luz de brillo especial. O en las procesiones de gloria, en las que María volverá a ser Reina y Madre, Flor de las flores.

Brotarán otras flores, que volverán a colgarse entre suspiros, en noches silentes de Cuaresma, para anidar la vida en nuestros pasos. Pero las flores de esta Semana Santa, como aquellas golondrinas de Bécquer, esas no volverán. Y nos parecerán un símbolo de tantas vidas cortadas, que en estos días aciagos se entierran sin flores.

José Joaquín León