HUBO un tiempo feliz, antes del coronavirus, incluso antes de la crisis de 2008, en que los diarios venían llenos de anuncios para comprar segundas residencias. Era como un estatus para una sociedad que prosperaba con Aznar, que se reía con Zapatero, y que sucumbía a los encantos seductores del boom del ladrillo. No era una novedad, exactamente, pues desde siglos pasados en Sevilla hubo familias que pasaban el otoño, el invierno y la primavera en la ciudad, mientras que en verano se iban al chalé del Aljarafe, en Villanueva del Ariscal, en Valencina de la Concepción, en Olivares, en Salteras, en Gines o donde cada cual se buscaba el terreno. Las temperaturas aljarafeñas, más suaves y menos insoportables, siempre hicieron de reclamo.

Otros preferían irse a las playas, mayormente a las de Huelva y Cádiz, las más frecuentadas por los sevillanos, por la cercanía y por las noches atlánticas, que suelen ser frescas de rebequita. Sevilla no tiene playa, pero se encuentra cerca, a una hora de distancia, o poco más, según los casos; y eso es una ventaja si la comparamos con Madrid, con Toledo o con Zaragoza, por citar otras ciudades con arzobispos.

Así que las segundas residencias de los sevillanos han sido, tradicionalmente, muy deseables. Ahora, con la crisis del coronavirus, las segundas residencias se han convertido en la mansión de los horrores, o la antesala del infierno con Lucifer esperando en la puerta. De modo que nuestro Gobierno, deseoso de que no demos positivo con el coronavirus, como una parte de sus ministros y familiares más próximos (han tenido que desinfectar la Moncloa, después de que el presidente Pedro y el vicepresidente Pablo se salten la cuarentena), pues ha decidido que nos quedemos en la primera residencia. Y que olvidemos la segunda, mírala cara a cara, pero en fotos.

Comprendo que hay que mantener las medidas, pero es mejor sin sadomasoquismos. Y digo yo: ¿pasaría algo si un señor o una señora que podría dar negativo en un test, si se lo hicieran, viaja en su coche, con guantes y mascarilla, y se va directamente, sin paradiñas por el camino, a su segunda residencia, que está a 20 kilómetros, a 50 kilómetros, o a 100 kilómetros? Todo ello con papeles. No me refiero a ir desde Sevilla a los Pirineos, sino al Aljarafe, los Alcores, la costa de Huelva, o la de Cádiz. Y confinarse allí, por cambiar un poco.

La respuesta es negativa. No es no... Pero lo más curioso es que los agentes de la autoridad que le impedirán el paso al vehículo, en algunos casos van sin mascarillas y desprotegidos. Ellos tienen más riesgo de contagiar el coronavirus que el viajero.

José Joaquín León