EL mejor articulista necrológico de Sevilla en el último siglo, que es Antonio Burgos, escribió en cierta ocasión que los muertos de agosto pasaban casi desapercibidos. Por lo que era como una desgracia añadida. Cuando el veraneante regresaba a Sevilla, se enteraba de que habían fallecido Fulanito, Menganita, etcétera, y no habían tenido la despedida que merecían. Pues si eso ocurría en agosto, imaginen ahora, en los tiempos del coronavirus. Hoy se muere cualquier jubilado y hasta parece lo de lo más común, toquemos madera de caoba. Pero es injusto. Como lo sería que no tenga el realce debido el fallecimiento de Enrique Barrero González. Fue un personaje importante en la Sevilla de la Transición y también para el Ateneo.

Enrique Barrero representaba a la Transición en sí misma. Entró en el Ayuntamiento de Sevilla como letrado, por oposición, en 1960, y allí siguió hasta que se jubiló en 2005. Es decir, que entró cuando era alcalde Mariano Pérez de Ayala y salió cuando lo era Alfredo Sánchez Monteseirín. Lo que vivió por medio se queda para él. Siempre fue un jurista defensor de las instituciones, con mucha influencia en la Sevilla municipal. La Transición también fue eso: el régimen evolucionó de dictadura a democracia con la dignidad de los grandes acontecimientos históricos.

Barrero fue cofrade de Pasión. Desempeñó una labor muy importante en el Ateneo, donde ejerció varios cargos, y remató su carrera ateneísta como presidente. A los presidentes del Ateneo de Sevilla se les presupone un cierto carisma para el cargo. Lo tuvieron, por ejemplo, José Jesús García Díaz y Antonio Hermosilla Molina, entre otros. Como lo tuvo Enrique Barrero González, que era admirador de José María Izquierdo, y eso se nota. Y como lo tiene ahora Alberto Máximo Pérez Calero. Señores a los que el cargo de presidente del Ateneo les viene como anillo al dedo. No se sabe por qué, pero es así. Y no sólo por la Cabalgata de los Reyes Magos, ya que el Ateneo sirve para otras cuestiones, aunque la mayoría de la gente lo ignore.

En la confusión de los tiempos del coronavirus ha fallecido Enrique. Y eso le aporta una humanidad adicional a la desgracia. En estos tiempos, tan tristes, al difunto se le despoja de la consideración que merece. Ni siquiera se le puede organizar un funeral como Dios manda. Nunca habíamos conocido una cosa igual. Ya se acabará esto, es lo que nos vienen a decir. Mientras, muchas personas, como Enrique Barrero, se van al otro mundo. Al menos que no sea con la general indiferencia, sino con el merecido respeto y aprecio.

José Joaquín León