LA Semana Santa del 92 alcanzó la cresta de una ola para las cofradías. Nunca como entonces se habló de masificación. Nunca como entonces se planteaba seriamente en las tertulias la posibilidad de establecer numerus clausus para los nazarenos. Nunca como entonces se habló de que era imprescindible ampliar la carrera oficial y reformar la Madrugada. Nunca como entonces se aumentó la vigilancia policial en las calles, y eso empezó a condicionar la Semana Santa, a pesar de que habían detenido poco antes a la cúpula de ETA. Nunca como entonces hubo tanta expectación ante un Santo Entierro Grande, porque no se había organizado ninguno desde 1965. Era el primero después de Franco.

La Semana Santa actual (para bien y para mal) no se explica sin esa ola que creció en las vísperas de la Expo. Y la Semana Santa del 92 no se puede explicar sin la gestión de Luis Rodríguez-Caso Dosal, que fue un presidente del Consejo de Cofradías que cumplió su proyecto en cuatro años y no necesitó presentarse a la reelección. Fue un presidente sin complejos. Además del Santo Entierro Grande, con 18 pasos, organizó las exposiciones Esplendores de Sevilla, que incluyeron pasos muy famosos, sin que nadie se quejara porque se retiraban de sus templos (del 25 de junio al 25 de julio) a imágenes titulares como la Virgen de la Victoria, la Virgen del Dulce Nombre, el Cristo de la Exaltación y el Señor de la Presentación, de San Benito, para exponerlas en la entonces parroquia del Salvador junto al Cristo del Amor y el Señor de Pasión, también en sus pasos. O que en la cercana iglesia de San Juan de Dios se expusieran 10 vírgenes de gloria sevillanas durante ese mes de verano.

La Semana Santa del 92 atrajo a muchos turistas de todo el mundo. Probablemente, entendieron poco. También atrajo a miles de personas del entorno, de otras provincias andaluzas. Muchos se convirtieron en hermanos de cofradías sevillanas, en devotos y en población flotante para la Semana Santa. Un turismo cofrade de andar por casa que no está valorado, ni reconocido, pero que aporta bastante, y que tuvo su consagración en aquel 1992 irrepetible.

Coincidió aquella Semana Santa con un tiempo de sequía. Se hablaba menos del calentamiento global. Pero disfrutamos con tres años sin lluvia, en los que salieron todos los pasos. Eso también benefició la expansión de muchas cofradías. Por resumir, se cumplen los 25 años de una Semana Santa para el recuerdo. A partir de ahí, se estableció un antes y un después.

José Joaquín León