AL salir de casa los adultos y los mayores, nos hemos sentido como niños con zapatos nuevos. Nuestros papás políticos (no los suegros, sino el Gobierno de Pedro y Pablo) nos habían castigado durante más de un mes y medio: sin correr, sin pasear, sin jugar con amiguitos y amiguitas. Sólo nos permitían salir para los mandados en el supermercado de la esquina, o en la frutería de abajo, y si acaso ir a la farmacia por mascarillas, para que se rieran de nosotros. Pero bueno, como ahora podemos correr y pasear por calles que no habíamos pisado desde marzo (entonces era Cuaresma y se debatía si saldrían los pasos en Semana Santa), pues vemos detalles insospechados. Unos se solazan con el pío pío de los pájaros y otras escenas poéticas. Yo he sido más prosaico y me he fijado en que las calles de Sevilla están sucísimas.

A lo mejor yo he tenido mala suerte con las calles, que no eran de unos polígonos remotos, situados a más de un kilómetro de mi domicilio, sino que me refiero a esquinas de Sevilla como las del libro de Santiago Montoto. A lo mejor acababan de pasar por allí perros con cistitis o con diarreas, los pobres, y sus amos tenían pocas ganas de agacharse. Y es cierto que por el casco antiguo ya no pululan multitudes de turistas de plurales nacionalidades, como antes de marzo; y sólo aparecen los sevillanos confinados que van saliendo.

Supongo que los operarios de Lipasam están cumpliendo eficazmente su trabajo, que también es de los duros. En primavera, Lipasam refuerza su plantilla para la Semana Santa y la Feria, que son fiestas muy guarras en el aseo, por culpa de quienes ensucian la ciudad sin miramientos. Este año, se han ahorrado esos dos zafarranchos, pero a cambio se han encontrado con algo peor: el coronavirus.

En China, la limpieza y la desinfección de ciudades como Pekín y Shanghái (con más de 15 millones de habitantes cada una) fue esencial para contener la pandemia. Aquí hemos visto a los soldados de la UME desinfectando la estación de Santa Justa; pero eso no se puede limitar a un caso excepcional con los militares, a los que Margarita Robles ha puesto eficazmente al servicio de la causa. Las calles de Sevilla deben ser limpiadas y desinfectadas a conciencia y con frecuencia, por Lipasam, que es una empresa municipal del Ayuntamiento de Juan Espadas.

Si deben reforzar más la plantilla u organizar campañas especiales, que procedan. Es triste encontrarnos con una Sevilla tan sucia al salir de casa. Cuando debería ser justamente lo contrario: debería estar reluciente, como los chorros del oro.

José Joaquín León