EN Andalucía y el resto de España lo llaman botellón, menos en Sevilla que le dicen botellona. Pues a los botellones y las botellonas también les ha llegado la hora por culpa del coronavirus. En EEUU y otros países con sectas estrafalarias apuntan diversas teorías de la conspiración sobre el origen de esta pandemia del coronavirus. Según recuerdan estos conspiranoicos o paranoicos, nos han impuesto un nuevo orden mundial. Han obligado al uso universal de las mascarillas, lo que no deja de ser un detalle sanitario y estético. En Sevilla, algunos caballeros llevan un pañuelito visible y no es para el resfriado. Pero más allá de la estética, el coronavirus sirvió para encerrar a la gente más de tres meses en sus casas, para que salieran sólo en franjas horarias de rebaño, para prohibir casi todo.

¿Y qué dicen de los negocios? Arruinaron a los que estorbaban y a los que no. Cuando Juan Espadas combatía la turismofobia en Sevilla no podía imaginar que el turista de Santa Cruz sería una especie en extinción, como el lince ibérico o el pangolín chino. A los bares, que criticaban por usurpar el espacio público, les han dado una puñalada de muerte. A las discotecas, que nadie quería debajo de sus casas, les han dado por saco. A la playa de Chipiona abarrotada, donde uno llegaba y clavaba la sombrilla a la vera del ombligo del vecino, le han dedicado un reportaje en Skynews por su separación ideal.

Y las costumbres morales y sociales. Han acabado con la promiscuidad y dicen que ha bajado la infidelidad, aunque nunca se sabe. Todo tiende a la autogestión. El mundo camina hacia las fantasías. Woody Allen ha pasado de que ninguna editorial quisiera publicar su libro a ser el más vendido. También nos han dejado sin manifestaciones feministas para una temporada, y sin procesiones para dos años. ¿Dos años, por qué? Quizá sean tres.

Y los botellones y las botellonas… Acuérdense de los tiempos de Monteseirín en la Alcaldía. No por las Setas, no, sino por las botellonas de antaño. Las vecinas llamaban a la Policía Local y les decían Mariví que te vi. Venga jaleo, jaleo, aquellos coches/ discotecas, la plaza del Salvador como si estuviera saliendo Pasión, pero sin pasos ni nazarenos, y con más borrachos que en la madrugada de las carreritas.

Ahora llaman, y acude la Policía Local de Cabrera a poner multas y a jugarse el tipo, como en Madre de Dios, ora pro nobis. Algunos dicen que las obligaciones no están tan mal. El coronavirus ha puesto orden, va a terminar con los botellones y las botellonas. Pero, a pesar de estas excepciones, sin coronavirus vivíamos mejor.

José Joaquín León