EN las tertulias cofradieras y en el mundo capillita en general, hay un debate abierto sobre el futuro próximo de las hermandades sevillanas, que podrían quedar irreconocibles. Valoradas como entidades opulentas (y eso habría que analizarlo, según los casos), han quedado entre las víctimas del coronavirus, con pérdidas de ingresos difíciles de asumir, que no se limitan a las subvenciones por las sillas y palcos, aunque también. Paco Vélez y los demás presidentes de los Consejos de Hermandades de Andalucía se reunieron en Antequera y van a buscar opciones conjuntas para la Semana Santa de 2021. Aunque lleguen las primeras vacunas y empiecen por los ancianos, según lo que dijo el doctor Aguirre, nadie sensato puede creer que las cofradías saldrán a las calles para cumplir sus estaciones penitenciales como de costumbre. Y si van a hacer algo rarito, con ocurrencias, es mejor que no salgan.

En esas condiciones, ¿quién va a ayudar a las hermandades a pasar la travesía del desierto del Covid 19? Sólo podrían hacerlo sus hermanos, que también están tiesos, unos más que otros. Más del 80% de los abonados de sillas y palcos han pedido la devolución. Una decisión que es legítima y razonable, pero que ha sorprendido. Y no sólo en el Consejo de Hermandades. Joaquín Delgado-Roig, que fue hermano mayor del Silencio y es uno de los pocos cofrades sevillanos de pata negra con pedigrí que quedan, me decía que a él también le había sorprendido. Y que no entendía las críticas por expresarlo. A ciertos capillitas se les llena la boca diciendo que hay que ayudar a las hermandades, pero sólo las entienden como la suya. Y cuando se trata de ayudar en solidario, en global, es diferente, y son agarrados. Por otra parte, ya no quedan mecenas como los de antes, algunas empresas familiares van de capa caída y se aprietan el cinturón de esparto. Antiguos mecenas viven en residencias de ancianos, rezando todos los días, y a algunos les pagan los recibos en la Bolsa de Caridad de su hermandad.

Buscar ingresos alternativos no es sencillo. Recuerden lo ocurrido con el Museo de la Semana Santa o de las Cofradías. En estos tiempos, abrir un museo sin turistas es chungo, es como un jardín (o un paso de palio) sin flores. ¿Y antes? No prosperó el intento de San Hermenegildo, y pusieron pegas a la última propuesta junto a la Torre de la Plata, que no es el sitio más conveniente. Y aunque siempre les quedarían las Atarazanas inútiles, lo mismo da, pues hay hermandades que sólo miran por lo suyo y hermanos que lo mismo. Por lo que resulta difícil superar una crisis en común.

José Joaquín León