EL otoño sevillano funcionaba como una primavera declinante. Escribir eso resulta cursi, ya lo sé, y merece una explicación. La primavera, en lo referido al calor, iba de menos a más; de modo que no era lo mismo el tiempo de la Semana Santa que el de las glorias de mayo o el Corpus de junio. El otoño empezaba con la llamada Feria de San Miguel, con los toros en la Maestranza, con el veranillo del membrillo, con las vendimias en los pueblos… Y la Bienal de Flamenco (un año sí y otro no), con los guiris que se han aficionado como si hubieran nacido en las cavas de Triana antes de partir al exilio. Después venía octubre, el mes del Rosario, con el puente del Pilar, y a continuación se enfriaba noviembre, con el puente de Todos los Santos y los Difuntos. ¿Difuntos? Toquemos madera de ciprés.

Escribió el gran poeta cordobés Pablo García Baena que noviembre arrastra “una pesada capa pluvial”. Noviembre era un mes tristísimo, en los años de la posguerra y el hambre. Noviembre era un mes en el que el otoño se desvanecía, y las hojas vencidas de los árboles alfombraban los parques, aparecía el temblor de los primeros fríos, pregonaban castañas asadas en los puestos humeantes, las calles se quedaban solitarias y los bares se vaciaban desde temprano. Parecía que hubiera un toque de queda, o un confinamiento perimetral, sin cogobernanza. En los años 40 ya se gobernaba en plan de ordeno y mando.

En el siglo XXI, con las florituras del turismo, con los hoteles que surgían como setas, con los puentes de octubre, noviembre y diciembre, se trabajaba menos y se viajaba más. Paraísos lejanos. En Sevilla el otoño también se medía por sus glorias: las del Rosario, el Pilar de San Pedro, la Virgen de Todos los Santos, el Amparo… La finura de las glorias más señeras, que reverdecían a contramano del tiempo.

No nos damos cuenta, pero estamos volviendo al siglo pasado. No a la dictadura de Primo de Rivera, pero sí a la otra. A los tiempos de antes de Manuel Fraga Iribarne, que revitalizó el turismo en los 60, estuvo como ministro en la Transición de los 70, fue líder de la oposición en el felipismo de los 80, y virrey de la Xunta de Galicia en los 90, hasta que se jubiló en el siglo XXI. Pues así estamos, intentando vender más coches, como en los tiempos del Seat 600, aunque no se puede viajar.

El otoño sevillano se extinguía al encenderse las luces de Navidad. Cada vez antes, por crear ambiente. Es una lástima que este año ya las están montando. Brillarán en las noches por venir: con los encierros caseros, los toques de queda y las caceroladas al viento húmedo del otoño.

José Joaquín León