LA muerte de Tomás Balbontín ha causado un nuevo desgarrón al periodismo sevillano. En las necrológicas se ha destacado de Tomás que era un periodista de raza, lo que se suele decir de todos los periodistas cuando mueren. En su caso, fue sobre todo combativo, de ideas propias, y fustigador de concejales. Convirtió la información municipal en género periodístico por sí mismo; y como ha indicado Paco Correal, escribía a golpes, yo diría que más Bukowski que Umbral, a arreones, a impulsos. Quizá los mejores artículos son los que uno escribe indignado, porque se va al grano, sin rodeos. Precisamente Sin rodeos era el título de la sección que escribía Nicolás Salas, en sus tiempos de director de ABC de Sevilla. En aquella vieja Redacción de la calle Cardenal Ilundáin, que dirigió Nicolás, el número de bajas sigue en aumento.

En aquella vieja redacción, donde hoy existe un edificio y una sucursal de Unicaja, enfrente del colegio de las Calasancias, se formaron gran parte de los periodistas que hoy todavía seguimos vivos en Sevilla, en diversos medios, y en este Diario también. Tanto en activo como jubilados, prejubilados o echados con diversas excusas. Pero el tiempo, gran destructor, ha engrosado la nómina de los que escriben los periódicos en el cielo, asomados al balcón, como se suele decir en los pregones. Tomás Balbontín fue redactor jefe de Local, y de esa sección fallecieron otros compañeros que tuvieron ese cargo, como Manuel Ramírez Fernández de Córdoba (que llegó a director de ABC de Sevilla), o Antonio de la Torre, y también habían muerto otros redactores jefes, como Antonio Colón y Carlos Bernal, que cuidaban las madrugadas del Cierre, o Manolo Lorente, que lidiaba con las páginas de huecograbado junto a Manuel Ferrand y Julio Martínez Velasco. Tomás trabajó con Fernando Carrasco, otro inolvidable periodista fallecido de Local, entre otros compañeros. Gracias a Dios, todavía quedan muchos para contarlo, pero los años han causado estragos.

Las viejas redacciones pasarán a la historia. Tomás Balbontín, en sus últimos años, teletrabajaba, como tantos de los que escriben en estos tiempos pandémicos. Sin embargo, Tomalín (como le decía Ramírez) fue un hombre de Redacción, de moverse por las mesas, de hablar, de husmear las noticias como el periodista intuitivo y fiel a sus criterios que fue. Cuando pasen más años y vivan más periodistas en la calle Baños, quizá se recuerden las redacciones de finales del siglo XX como un término de ciclo superado, como algo arcaico. Se quedarán ancladas en la nostalgia proustiana, en el tiempo perdido.

José Joaquín León