DESDE que empezamos los tiempos de la nueva política, se aprecia un odio enconado contra todo lo que huela al Rocío. Lo mismo vale para los bueyes, las mulas, las carretas y carriolas, los itinerarios de los caminos, las basuras, los cortes de tráfico, o las juergas en alguna casa de hermandad. Si es rociero, es malo por definición. Hay personas intolerantes a la lactosa, e intolerantes al Rocío con muy mala leche. No es sólo que se quieran cargar todo lo que tenga un origen religioso tradicional, sino que les molesta todo lo que tenga un origen simplemente tradicional. Les solivianta igual Morante de la Puebla que los romeros de la Puebla, les inquieta todo lo que se acompañe de la palabra Macarena y no sea una actividad laica del distrito.

Por supuesto que en el Rocío todo no es perfecto. Por supuesto que cuando llegas a una glorieta, y te encuentras a la Hermandad de San Silvestre del Pino, que tarda media hora en pasar y tú te la tragas completa, no te entran ganas de recorrer el camino con ellos. Por supuesto que algunos jolgorios, con tiro al plato, no se deben consentir. Por supuesto que, como dijo el Papa Juan Pablo II, a veces se les pegan adherencias raras con el polvo del camino. Pero todo eso no debería llevar a ese sentimiento primitivo que se llama odio.

Insisto en que el problema es sencillo de resolver: más tolerancia. Entre un cierto extremismo se ha instalado una tendencia agresiva contra todo lo que no les gusta. Esa es la clave. Si no te gusta algo, eso no significa que pidas su prohibición, o que montes una plataforma contraria. Sin embargo, esa ha sido la respuesta contra la fiesta de los toros. También podrían pedir la prohibición de la pesca de bajura y de altura. ¿O es que los peces no sufren? Le duele incluso a los peces gordos.

Hay fiestas contra las que se puede protestar; y existen otras intocables. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría protestar contra la fiesta del Orgullo Gay, por las molestias causadas, ya que sería inmediatamente considerado un homófobo de tomo y lomo. Por el contrario, es políticamente correcto protestar contra todo lo que sea tachado de rancio, carca o casposo. Casualmente, coincide con fiestas tradicionales que incluso han contado con izquierdistas históricos entre sus partidarios. Y muchos socialistas. Pero ahora parecen incompatibles con un coletazo.

Despotricar contra el Rocío está de moda. Ningún intelectual escribiría un libro como La Blanca Paloma de Muñoz y Pabón. Ha pasado un siglo. Así que lo llevan claro.

José Joaquín León