VIVIMOS en unos tiempos en los que hacen falta récords. En el siglo pasado, cada vez que clausuraban unos Juegos Olímpicos, decían que habían sido los mejores de la historia. Samaranch lo dijo en Barcelona 92. Actualmente, la superación del pasado es el símbolo del éxito. Hemos vivido la mejor Semana Santa de la historia y la mejor Feria de la historia. Por lo menos, de la historia reciente, de la que recuerdan los más viejos del lugar. Sin embargo, no basta con eso. Además de ser la mejor, hay que superar todos los récords. Pues un éxito sin récord nos sabe a poquita cosa.

Cuando terminó la Semana Santa ya dijimos que se habían batido todos los récords. Empezando por el récord de pasos en las calles, desde un Viernes de Dolores a un Domingo de Resurrección, con un Santo Entierro Grande, además. Y salieron más costaleros que nunca, más músicos que nunca, más nazarenos que nunca. Y vendieron más sillas que nunca (pues aunque suprimieron 1.149 en la calle Sierpes, hay que sumar las miles de sillitas de los chinos). Y hubo menos retrasos que nunca, con más nazarenos y con más cambios que nunca. Y se recogió más basura que nunca por las huestes de Lipasam, que es otro de los baremos de los récords. A más basura, más éxito, según parece.

El alcalde, Antonio Muñoz, dijo el día después de la Feria, que este año se han batido los siguientes récords: “en afluencia, en transporte público, en consumo, en impacto económico, en carruajes y en ocupación hotelera”. En la ocupación hotelera (que no es como la okupación de pisos) se debe tener en cuenta el número de plazas. Pues no es lo mismo un 90% con 20.000 plazas que con 50.000 plazas. Y, si siguen reconvirtiendo todos los edificios del centro en hoteles, podrán superar nuevos récords, excepto el récord de vecinos que vivían en el casco antiguo.

También se han batido los récords de policías locales, policías nacionales, guardias civiles, bomberos, operarios de limpieza y demás. Fuera de guasa, es justo reconocer que el Cecop, con Diego Ramos, y las delegaciones municipales del edil Juan Carlos Cabrera han contribuido positivamente a los récords cosechados, que no sabemos si aparecerán en el Libro Guinness.

Vuelvo a decir que en Sevilla (con récords o sin récords) se organizan eventos que en otros lugares serían imposibles. Y que aquí se desarrollan con una naturalidad pasmosa. Y eso se consigue también gracias a la cultura estoica de la sevillanía (el arte de sobrevivir al caos), que todos los años bate el récord de decadencia, pero aún existe en miles de ciudadanos.

José Joaquín León