ENTRE las víctimas de las elecciones del 28-M en Sevilla, yo destacaría a Juan Carlos Cabrera. El ex delegado municipal de Gobernación, Fiestas Mayores y Área Metropolitana era uno de los ediles mejor valorados, aunque tuviera algunos enemigos, como todos los políticos. En pocos meses, pasó de ser un posible alcalde de Sevilla, en la sucesión de Juan Espadas, a quedarse como estaba en Fiestas Mayores, y probable candidato a vicepresidente de la Diputación en el nuevo periodo. Pero, finalmente, se ha quedado como un concejal más en la oposición del PSOE municipal. A Cabrera lo han perjudicado dos veces en su partido. Ni fue alcalde, ni va a la Diputación. Y el principal responsable de ambas decisiones ha sido el mismo: Juan Espadas, del que era amigo y principal colaborador.

Juan Carlos Cabrera estaba al mando de un área que engloba a dos de las delegaciones más vistosas en la ciudad, como son Gobernación (de la que depende la Policía Local y la seguridad ciudadana) y Fiestas Mayores (que no son sólo la Semana Santa y la Feria, sino los mil y un eventos mayores y menores de la ciudad eventual), por lo que su gestión no podía pasar desapercibida. A eso se añade el carácter institucional y de relaciones sociales que tiene esa delegación. Y, además, era el delegado del Casco Antiguo, el espejo donde se mira la ciudad. Un puesto difícil. Si se gestiona bien, puede encumbrar; y, si se gestiona mal, puede retirar de la política.

Lo curioso es que Cabrera lo ha gestionado bien y ha terminado mal. Lo ha gestionado bien por sus méritos propios y los del equipo que formó durante esos años para los cargos más conflictivos. Ha terminado mal por culpa de factores que no le son imputables. El fuego amigo se lo ha llevado por delante. Desde 2015 fue uno de los hombres de confianza de Juan Espadas, que le encargó el área de más desgaste cuando llegó a la Alcaldía. Era considerado su peón de confianza. Sin embargo, cuando Espadas se dedicó a la política andaluza, nombró sucesor en la Alcaldía a Antonio Muñoz. Una decisión que provocó un cisma soterrado en el PSOE municipal. Aunque, con el tiempo, se suavizó, al menos de cara a la galería del votante. Sin éxito, como se ha visto después.

A causa de lo ocurrido, se especuló con otra opción: Juan Carlos Cabrera pasaría a la Diputación Provincial, tras el 28-M, para ser vicepresidente. Sin embargo, no ha sido así. Cabrera ni siquiera será diputado provincial. La política es voluble a los vientos y los cambios, traicionera y revanchista, a veces injusta. Por suerte, queda el consuelo de que no es eterna.

José Joaquín León