SE nos apaga noviembre, el mes más triste del año. Por culpa de los yanquis, parece que noviembre transcurre entre las fiestas de Halloween y las compras del Black Friday. Sin embargo, noviembre empieza con los difuntos y termina con la esperanza del Adviento. Noviembre es un Valdés Leal que se anticipa a Murillo en el calendario. Es un mes poético, muy literario. En Sevilla arrancó con la Feria del Libro en la Plaza Nueva. Y acaba con la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión en la Plaza Nueva. Los libros ya no son para las primaveras, sino para regalarlos en Navidad, al precio que están algunos. Las ferias libreras atraen chubascos, son como unas rogativas de las Letras. La gente, cuando se encuentra libros en la Plaza Nueva, mira al cielo por costumbre.

En el noviembre de los columbarios se cumplen las advertencias de los miércoles de cenizas. Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás. Hay cenizas alegres y tristes. El Miércoles de Ceniza se conmemora con la alegría de que se aproxima otra primavera, el presagio de otro Domingo de Ramos. En la vira nazarena de la tarde, se manifiesta el dorado del ocaso, que glosó Romero Murube. Es un dorado de paso de misterio. Y con ese misterio nos olvidamos de la amargura de la ceniza, porque en el sentimiento ya predomina la Amargura de San Juan de la Palma. En noviembre, besamos su mano extendida, que no es amarga. Y así la ceniza que nos pregonó la primavera es la misma, pero a la vez distinta del polvo melancólico de noviembre, cuando los difuntos se hacen más presentes en los recuerdos.

Las cenizas de los columbarios están ganando en Sevilla a los cementerios. En este mes se habló de las tasas del cementerio de San Fernando. El PP y el PSOE llegaron a un acuerdo para los precios. Se publicó que morir en Sevilla es seis veces más barato que en Madrid. Existe un pudor para la muerte (la gente prefiere morir sin ruido, no como antes, cuando Mozart compuso el Réquiem), pero no se debe ocultar que las cenizas están de moda. Antes los difuntos iban a los cementerios, a reposar en nichos y panteones. Ahora lo más habitual es la incineración. Y esas cenizas, en las que el cuerpo queda reducido a lo esencial (era costumbre antigua, más propia de los hindúes), son depositadas en los columbarios de los templos. Cerca de las imágenes amadas por el difunto, las de su hermandad, o bien en la parroquia a la que se vinculó en su vida. Hemos vuelto así a los tiempos en que los muertos iban a los cementerios parroquiales. Los columbarios amparan un vínculo sagrado.

José Joaquín León