AL llegar el 6 de diciembre, vemos una España tan dividida en dos (o incluso en tres, o en cuatro), que nos sorprende recordar algo que nos une. La Constitución nos unió. Y al llegar su día de conmemoración, los partidos la invocan, hasta los que la incumplen. O los que cumplen sólo lo que les gusta. Se sabe que España es “devota de Frascuelo y de María”, según escribió Antonio Machado. Un sector del pueblo llegó hasta Antonio Machado a través de las coplas de Joan Manuel Serrat, y no saben si lo ha leído o lo han escuchado, como les pasó a Sánchez y a Feijóo cuando se enfrascaron en un debate machadiano para la investidura. España es tierra de María. Y a la Constitución se le profesa devoción, como si fuera el Evangelio de la democracia.

Dijo don Pedro a sus discípulos: “En verdad os digo que el Reino va a conceder una amnistía”. A los pocos días, un magistrado progresista del Tribunal Constitucional renuncia. ¿A Satanás, con sus pompas y vanidades? No, a pronunciarse acerca de si la amnistía es constitucional, porque ya se había pronunciado y dijo que no lo era. Juan Carlos Campo distinguió: un indulto es perdón, una amnistía es olvido. Y quienes olvidan no pueden tener buena memoria, digo yo. O son unos mentirosos, que tergiversan las cosas a su manera. Abstenerse también influye. Es lo mismo que hace Pilato en el paso de la Sentencia.

La gente supone que la Constitución obliga al PP y al PSOE, que son los partidos principales. Vox la defiende, quizá de boquilla. Pues no asisten a los actos de exaltación autonómica, a pesar de que el Estado de las Autonomías forma parte de la Constitución. En el otro extremo, los ministros/as de Sumar se confiesan republicanos/as, aunque prometen lealtad delante del Rey y después lo desprecian. La Carta Magna tuvo ponentes de UCD, PSOE, AP, PCE y CiU. Es decir, hubo padres de la patria centristas, socialistas, conservadores, comunistas y catalanistas de Pujol. Sus herederos parece que lo han olvidado.

Recuerden ustedes que la Constitución fue sometida al voto de los españoles en un referéndum. Pasó por las urnas. Por consiguiente, esas son las reglas del juego democrático. Y, si no les gustan, pueden poner en marcha otras. Pero, mientras tanto, estas son las únicas que valen. Y aprobar otras diferentes, a día de hoy, es imposible. No existiría consenso entre Caín y Abel. Ante esto, los hipócritas entrarán en sepulcros blanqueados.

Los devotos de la Constitución organizan función principal el 6 de diciembre, pero se les nota que su fe es tibia.

José Joaquín León