LA muerte de Antonio Burgos deja un hueco imposible de llenar en Sevilla. Existe una visión de la ciudad que no se puede entender sin sus artículos memorables, que nos hicieron ver una Sevilla a su manera. Desde que le conocí, le consideré mi maestro (que no es lo mismo que ser yo su discípulo), porque lo esencial que aprendí del periodismo se lo debo a él. Y, sobre todo, dos cuestiones básicas: que lo más importante es ser fiel a uno mismo, sin dejarte avasallar por nadie; y que el compromiso es con la realidad. Para él, la actualidad era sagrada. Escribió artículos hasta que no pudo más. Su misión era esa: no romper nunca el compromiso de escribir su verdad.

Hace un año, me dijo Antonio que yo era un exagerado. Porque, en el discurso del XXII Premio Joaquín Romero Murube que me concedió ABC, afirmé que los cuatro evangelistas de la sevillanía eran José María Izquierdo, Luis Cernuda, Joaquín Romero Murube y Antonio Burgos. Así lo creo, así lo confieso y así lo repito hoy, cuando su muerte nos abruma. La sevillanía, tal como se la idealiza, tuvo su último evangelista en Antonio Burgos. Divagando por la ciudad de la gracia, de Izquierdo. Ocnos, de Cernuda. Sevilla en los labios, de Romero Murube… Y todo Burgos.

Porque Burgos no deja un libro para definir Sevilla, sino miles de recuadros. Sevilla en cien recuadros es una antología. Burgos escribió y describió una ciudad (¿o la soñó?, ¿o la inventó?) mediante artículos que publicó desde sus legendarios Sevilla al día que inició en ABC, hasta su travesía por Diario 16 y El Mundo, para volver a sus orígenes. En los albores de la democracia pasó por Informaciones de Andalucía y Triunfo. Publicó Andalucía ¿tercer mundo? en 1974, que fue el detonante del andalucismo desde antes de la Transición. Pero nunca fue un político, sino de ideales. Sus enemigos decían que empezó en la izquierda y terminó siendo de derechas. Lo asumió él mismo: “Si yo hubiera publicado en los años de la Guerra Civil, me hubieran querido fusilar en los dos bandos”. Porque él buscaba la verdad, como Antonio Machado, cada Antonio a su modo.

Burgos era capaz de tirar un artículo a la papelera y escribir otro si la actualidad así se lo aconsejaba. Sentarse ante su antigua Olivetti, fumarse dos cigarrillos Celtas sin filtro enchampelados y escribir una obra de arte en 10 minutos. A eso llamaban Recuadro. En sus palabras revoloteaba el espíritu santo de la mejor Sevilla, la popular y la culta, la imperdible, la auténtica.

Querido maestro, sanseacabó... Ya no habrá más. Pero nunca olvidaré al hombre que amó a Sevilla en un recuadro.

José Joaquín León