SEVILLA fue la clave para la renovación del PSOE. En Suresnes 74 empezó todo, cuando el compañero Isidoro salió a hombros como el mesías del futuro. Entonces se dijo lo mismo que dicen ahora los sanchistas: que los viejos estaban chocheando. Los jovencitos renovadores se quedaron con las siglas del partido y los viejos se conformaron con reagruparse en lo que se denominó el PSOE Histórico. Con el tiempo, los históricos se fueron jubilando, y se sentaron alrededor de la mesa camilla a contar sus batallitas, que se remontaban a la Guerra Civil, donde tuvieron poca participación. Volvieron del exilio para nada.
Sevilla fue la clave para la renovación del PSOE. El compañero Isidoro se transmutó en Felipe González y quedó segundo en las primeras elecciones democráticas del 77, porque todavía no le parecía oportuno ser primero. Todo resultó más sencillo con el Tejerazo por medio y Calvo Sotelo para entonar el gori gori de la UCD. En 1982 empezó el cesarismo felipista, que duró hasta 1996. Un escritor de izquierdas, nada sospechoso de facha, Francisco Umbral, publicó un libro titulado La década roja, donde cuenta algunas curiosidades de aquellos años. No todo fue tan esplendoroso, ni tan bonito, como hoy lo pintan Feijóo e incluso Abascal. Pues algunos, cuando envejecen y se apartan del poder, se olvidan de lo que hacían cuando ellos mandaban en este país.
Sevilla fue la clave para la renovación del PSOE, ya se ha dicho, pero se debe añadir que el voto andaluz fue la clave para que durasen casi una década y media en el poder. Felipe era el Amo, que estaba por encima del Bien y del Mal. Era el Bueno de la película. El Feo era Manuel Fraga, líder de la oposición eterna. Y el Malo era Alfonso Guerra, un intelectual machadiano incluso con librería, que representaba al pueblo y la sigla obrera. Más puño que rosa. En Andalucía, el más felipista en los modos y el más andalucista de palabra era Rafael Escuredo. Y el más guerrista y el más aparatoso del partido era José Rodríguez de la Borbolla, al que todos llamaban Pepote, con campechana devoción.
Sevilla fue la clave. Pero ya no queda nada de aquel PSOE, tras el último intento fallido con Susana Díaz, que era como la nieta cariñosa de los jubilados. Desde que Pedro Sánchez se convirtió en el Gran Líder trata a los sevillanos felipistas como la escoria del partido. Hoy son ellos los históricos, sólo para batallitas. Los ERE nunca existieron. Juan Espadas se ofreció para ser un cero a la izquierda. Y cuidan a la cheerleader María Jesús, conversa de opereta, que alegra las fiestas del partido.
José Joaquín León