LA presencia del Cristo de la Expiración en Roma ha sido un acontecimiento que le aporta una nueva dimensión a la Semana Santa sevillana. Y no hay que darle más vueltas. Se puede entrar en detalles, analizando desde los parámetros localistas sevillanos, pero ver al Cachorro pasando ante el Coliseo merece todas las penas. Y verlo en el Vaticano, en un altar, en el mismo templo donde está la Piedad de Miguel Ángel, ahí quedó. En las críticas cofradieras muchas veces influye la envidia. Por no hablar del ombliguismo cateto de creer que somos el centro del universo. No es lo mismo llevar al Cachorro a Roma que comentar una procesión extraordinaria. Hay diferencias cualitativas. Esta no era una misión para robustecer la fe de los romanos. El Cachorro fue a Roma para que lo vieran allí los sevillanos y los trianeros. Lo vieron algunos más también. Y los que no lo vieron se lo perdieron.
El Coliseo no es solo un monumento que se identifica con Roma. Una ciudad, por cierto, que fue la capital del imperio romano. Y hoy en día es la capital universal de los católicos. El Coliseo acoge el vía crucis del Viernes Santo, que cada año preside el Papa. En los últimos tiempos, Francisco acudió siempre que pudo. Y es verdad que el papa León XIV no apareció para la procesión. Aunque se debe entender que al día siguiente tenía su primera misa como Papa. Urbi et Orbi.
La estampa fotográfica del Cachorro expirando ante el Coliseo de Roma se ha quedado para la historia de las cofradías de Sevilla. Fue bonito a la ida, con el sol de la tarde, con una luz dorada, como de Viernes Santo de otro siglo. La entrega del Cachorro de Dios frente a la barbarie. Sobre las piedras de un lugar donde corrió la sangre se acentuaba el sacrificio del Hijo de Dios. El sábado 17 de mayo de 2025 fue como un Viernes Santo en Roma. Allí expiraba el Cachorro. Acompañado por la Esperanza malagueña y otras imágenes. Cada cortejo a su modo, que no era el nuestro, ciertamente.
Pero aún mejor fue verlo en el anochecer. Un fondo de cúpulas iluminadas y colinas romanas, en la luz declinante de un ocaso, entre nubes umbrías, que descargaron un chaparrón. A los sones de Amarguras, subió la cuesta de San Gregorio hacia el Coliseo. Cristo con la mirada clavada en el cielo, y no en el de Triana, sino en el de Roma, que era un reflejo de eternidad, donde se mantenía el tiempo anclado en un sueño.
No había muchos romanos para verlo. ¿Y qué importa eso? El Cachorro fue a Roma para proclamar que Cristo nunca muere en Triana. Creemos porque lo vemos. Ese Cristo, que se quedó inmortalizado junto al Coliseo, rompe la historia y afianza la fe. Su imagen vale más que todas las palabras.
José Joaquín León