SALVAR a la Esperanza debía ser el objetivo del cabildo de la Macarena. Parece que puede conseguirse. Quedó claro, por desgracia, que a la Esperanza la deformaron en los últimos trabajos realizados. Y que su estado es más grave de lo que se suponía. Otros objetivos colaterales, buscados por algunos, no los consiguieron, como forzar la dimisión de José Antonio Fernández Cabrero, al que sólo le quedan cuatro meses como hermano mayor, y que ya ha explicado lo que había que explicar y ha tomado medidas. Tarde quizás, pero mejor que dejar una herencia envenenada.

Sobre ciertos aspectos del cabildo es preferible correr un tupido velo. Y centrarnos en lo esencial. Según el dictamen del IAPH, que presentó José Luis Gómez Villa, la intervención realizada por el taller de Arquillo a la imagen no fue “un simple proceso de mantenimiento”. Y es fuerte lo que señala el informe: la Esperanza presenta humedad en la espalda, así como la probable presencia de xilófagos. Tiene grietas en la mejilla izquierda y en la frente. Y asimismo se detectó el ennegrecimiento de los párpados y “el cierre de los ojos”.

Entre las propuestas de Pedro Manzano para la restauración se han destacado los análisis de policromía y la prueba del carbono 14 para la antigüedad, así como un tratamiento contra los xilófagos. Pero hay otras que dejan mal a Arquillo y su equipo, pues propone: retirada de lágrimas y el adhesivo para su limpieza, eliminación de las pestañas actuales, retirada de la resina epoxis y revisión de los protectores de cuero.

Como me decía ayer un antiguo alumno del profesor Arquillo en Bellas Artes, “lo que expusieron el IAPH y Pedro Manzano supone la decapitación pública de Arquillo como restaurador, y de 60 años de historia de la restauración en la Universidad de Sevilla, ante 1.800 personas”. Pero es lo que tiene la restauración. Como en todas las profesiones, se puede hacer bien o no. Un médico puede matar a un enfermo, sin querer, por un tratamiento inadecuado. Tampoco los periodistas son infalibles. El problema llega porque se extendió el mito de que los restauradores aciertan siempre, que sólo los imagineros retocan, y que los cofrades somos tontos y no sabemos nada de eso. Pues bien, con la Macarena, retoques hubo, y habrá.

Esperemos que, dentro de unos meses, la Esperanza esté salvada.

José Joaquín León