CASI sin darnos cuenta, el llamado Festival de las Naciones (que se clausura el miércoles, día 1 de noviembre) cumple 24 años. Todavía no es una tradición sevillana, pero ha seguido la estela de dos nostalgias: por un lado, de la Expo 92, con esa internacionalismo que le vino bien a una ciudad con el sambenito de cateta y ombliguista; por otro, darle algún uso al Prado de San Sebastián, donde se ha quedado un vacío desde que se mudó la Feria a Los Remedios. Y, aunque casi todos los alcaldes han tenido su ocurrencia al respecto, ninguna cuajó. Así que este Festival de la Naciones, que dura todo el mes de octubre, se ha afincado en el otoño sevillano. Cumple unas funciones como de mini expo casera.

En la presentación de este año, cuando se reunieron en la sede de la Fundación Cajasol, el director del Festival, Sergio Frankel, recordó algo curioso: en 1993, el primer año, las entradas costaban 100 pesetas, y aún así la gente formaba colas ante el Casino de la Exposición, su sede de antaño. Era el año después de la Expo. Esto nos confirma que en Sevilla se había instalado una añoranza inmediata, un síndrome de abstinencia de los pabellones, que habían creado dependencia.

Desde entonces ha evolucionado. Unos años estuvo mejor que otros. Se ha barajado un cambio de sede, como pasa con todo lo que va a parar al Prado. El atractivo de la oferta depende de las aficiones de cada cual. En Sevilla, todo lo que se basa en la gastronomía tiene su público: las muestras provinciales de la Diputación, las casas regionales en la Plaza Nueva… Cualquier producto procedente de otro término municipal es recibido con júbilo, aunque sean mostachones de Utrera, o aceitunas de Arahal. Ni siquiera hace falta llegar a las anchoas de Santoña o la tarta de Santiago.

En el Festival incluso se puede comer carne de avestruz y de canguro de Australia. Además de ofrecer conciertos en acústico de Álex Ubago o Navajitá Plateá, entre otros espectáculos. Aunque acude bastante público, es un festival que sería claramente mejorable, con otra orientación más ambiciosa. Pero no está claro que esa mayor ambición les interese a los organizadores, o al Ayuntamiento.

Al menos, sirve para lo que sirve: como un sucedáneo, que nos recuerda a las naciones que perdimos después de la Expo. Verdaderamente corren tiempos difíciles. Los tiempos vinieron a menos. En otros lares incluso inventan naciones inexistentes.

José Joaquín León