EN el juicio que tiene lugar estos días en Pamplona todo el mundo sabe que los cinco jóvenes acusados, miembros de la denominada La manada, son sevillanos. Por si alguien no lo supiera, en los medios se recuerda cada vez que se refieren a ellos. Como si el ser sevillanos le añadiera una significación especial a la presunta violación grupal. Es curioso que no se proteste por este motivo, con el mismo énfasis que se emplea cuando los delincuentes son de raza gitana o negra, o extranjeros. En tales casos, se consideran comentarios xenófobos y racistas; pero el sevillano es diferente.

Pocas personas saben que en España los crímenes de violencia de género cometidos por extranjeros han llegado a ser del 30% y hasta el 40% algunos años, un detalle que se suele omitir. Y la víctima y el asesino quizás eran marroquíes en Almería, como hubiera sucedido en Fez o en Toulouse. Pero, en los Sanfermines machistas, parece que ser sevillano funciona como un agravante. Visto desde Pamplona, o Madrid. Después se quejan cuando el ex alcalde donostiarra Odón Elorza, que es un visitante frecuente de la Semana Santa sevillana, se burla del carácter andaluz de una parlamentaria de Podemos.

¿A qué se debe esa difusión exagerada de la sevillanía? Es cierto que los impresentables de La manada contribuyeron a que se conozca bien su origen. Uno de ellos dijo que la chica presuntamente violada le comentó: “Me encanta como sois, yo nunca he estado con un sevillano”. A lo que él respondió que no era “un sevillano normal” (eso es cierto), sino “un cinturón negro” del cunnilingus, por decirlo menos soez.

En otros delitos famosos, no se ha aireado tanto el origen del delincuente. Parece indiferente si el asesino o el violador han nacido en Lugo, en Zamora, o incluso en otro país. En los casos de los terroristas de ETA, aunque se sabía de dónde venían, se ponía especial cuidado en no recordar que eran vascos. Parece que es una cuestión derivada de caer en gracia. Desde que José María Izquierdo publicó Divagando por la ciudad de la gracia (1914), ya se sabe.

También puede influir que aquí existen algunos barrios marginales con un nivel de delincuencia y crímenes que no es normal, generalmente vinculado a las drogas. Pero el caso de los presuntos violadores de Pamplona no tiene nada que ver con eso, y no hace falta recordarlo con tanta insistencia. Todo el mundo ha asumido ya que es una vergüenza para esta ciudad.

José Joaquín León