EN Sevilla hay que mirar de reojo el conflicto territorial que han montado entre Cataluña y Aragón, a propósito de las 44 obras de arte del monasterio de Sijena, que se encontraban en el Museo de Lérida. El fugado Puigdemont ha llegado a decir que han aprovechado “el golpe de Estado” para “expoliar a Cataluña”. Se refiere a unas obras de arte que procedían del monasterio aragonés, y que fueron vendidas a la Generalitat catalana por unas monjas, en 1983, sin permiso. Una venta que fue anulada por decisión judicial, por lo que se ordenó el retorno a su lugar original. Sin embargo, este caso es una minucia en comparación con otros expolios mucho más graves sufridos en Sevilla. Porque aquí no se vendieron, sino que se robaron como botín de guerra.

 

El mariscal Soult fue especialmente contumaz en esas fechorías del patrimonio artístico: se le atribuye el robo de unas 180 pinturas del Siglo de Oro sevillano. Ahí tenemos el caso de los Murillos expoliados en la iglesia de Santa María la Blanca, que han sido sustituidos de alguna manera con copias de calidad. Pero más calidad tenían los originales que se llevaron y no han vuelto.

No hay que echar todas las culpas al Museo del Louvre y los franceses, que mangando eran unos fenómenos. También se conocen otros casos, como el de la Inmaculada de los Venerables, obra precisamente de Murillo (pintor tan del gusto de Soult), que tras las peripecias francesas recaló en el Museo del Prado, de Madrid. Y ahí quedó. Volvió para una exposición y se insinuó que se mantuviera en Los Venerables, pero no coló. El mangazo continúa, si bien ya no son franceses los autores.

En el arte sevillano se sabe, por experiencia, que en lo relativo a depósitos de obras de arte, se utilizan criterios imprevisibles. En Madrid, sin ir más lejos, tienen obras de arte que proceden de otras tierras de España (incluida Sevilla), pero que se trasladaron a la capital de España, porque en los museos nacionales estarían como en su casa. Todo eso sin tener en cuenta que en algunos monasterios e iglesias, como en Sijena, las vendían y compraban al mejor postor, o las robaba Erik el Belga.

Viendo este conflicto artístico de Aragón y Cataluña, entran ganas de entablar los debidos procesos para recuperar lo perdido. A ver si se ha establecido un precedente legal y devuelven la Inmaculada robada en Sevilla, que después se han quedado en el Museo del Prado.

José Joaquín León