ES curiosa la facilidad que tiene el Ayuntamiento para presentar las cuentas según le interese. Aparte de las negociaciones entre PSOE y PP, con el dilema presupuestario de Beltrán Pérez, el alcalde Espadas alcanzó un acuerdo con Javier Millán, el de Ciudadanos, para el IBI. Y mucho que se habló para bien de la rebajita del 3% en el IBI, pero se pasó de puntillas el mangazo de las casetas de Feria. Como quien no quiere la cosa, habían subido las casetas particulares, pasando de 580,32 euros por módulo hasta los 740,48 euros. Eso supone incrementar más del 27%. ¿Se imaginan la que se hubiera montado si suben ese porcentaje en otro impuesto o tasa municipal? Sería un escándalooo, que diría Raphael.

Sin embargo, mira como hasta los participativos se han callado. Bueno, ellos los primeros, por supuesto. Teniendo en cuenta que las casetas de Feria particulares son vinculadas desde los tiempos del Prado a los señoritos, los ricos, los restos del franquismo que la consiguieron entonces, los enchufados, los empresarios rumbosos, los amigos pudientes que se gastan un pastón en la Feria y no sé qué más. Frente a eso están las casetas públicas, a las que no se lo han subido, por supuesto. Y así se ha dado un ejemplo de progresía feriante: puñalá al rico y que lo pague.

Lo mismo que pasa con las sillas y palcos de Semana Santa. En este caso, no lo aplica el Ayuntamiento, que se limita a dar el visto bueno, sino el Consejo de Hermandades y Cofradías, que es moderado y sólo ha subido un 3%. Las circunstancias son parecidas a las casetas: quien es abonado de sillas o palcos tiene un chollo, que se mantiene año tras año. Así que lo mejor es callarse, no sea que lo rifen. Después de suprimir menos de 300 sillas en los cruces de Sierpes, hay casi tres centenares de criaturas que perdieron su silla en Sevilla y que están deseando recuperarlas. Sin problemas de solicitudes.

Es un caso muy sencillo, de primero de capitalismo. Hay más demanda que oferta. No se podrían subir las casetas casi el 30% si no hubiera una lista de demandantes, dispuestos a lo que haga falta. En tales circunstancias, el encarecimiento está incluso bien visto socialmente. Hay muchos envidiosos. Los afectados se resignan, y se callan, y pagarán, y hasta la próxima.

Mientras que bajar el IBI es popular y facilita votos, en las casetas particulares ocurre al revés: lo que aporta votos es subir las tasas y que se fastidien.

José Joaquín León