EN la madrugada del 30 de enero de 1998, el concejal sevillano Alberto Jiménez-Becerril y su esposa, la procuradora Ascensión García Ortiz, regresaban a casa. Era una noche fría, desapacible y solitaria. Él fue condenado a muerte por ETA, tan sólo porque era un concejal del PP, una víctima fácil, un hombre que pasaba habitualmente por aquellas calles enmarañadas. A ella no la tenían como objetivo, pero acompañaba a su marido en el momento fatídico, y se convirtió en víctima. Sonaron disparos en la calle Don Remondo. Así mataron a un matrimonio. Así quedaron unos niños huérfanos. Así asesinaba ETA en nombre de la revolución del pueblo vasco. Así de crueles eran esos gudaris de la mierda.

Han pasado 20 años. Hoy serán recordados en Sevilla, una vez más. Sin embargo, ETA se difumina entre el polvo ceniciento de la historia. Ya no aparece entre las preocupaciones de los españoles. Ya no hay miedo a sus disparos en la nuca, a sus coches bombas, a sus secuestros cobardes, a sus chantajes revolucionarios. Ya los batasunos que apoyaron a los criminales pueden defender sus ideas con otras siglas políticas. Ya los presos que asesinaron han salido de la cárcel, o malviven en los penales, sabiendo que desperdiciaron su juventud y sus vidas. Ya los niños con padres asesinados son huérfanos mayores de edad. Ya los recuerdos dolorosos se empañan bajo la monotonía del tiempo. Ya algunos han perdonado. Ya el mundo es diferente.

Aquellos crímenes pasaron a la historia. Pero no se puede olvidar. No olvidar esos disparos del terror que retumban en la madrugada. No olvidar esa sangre inocente que aún gotea. No olvidar los cuerpos que yacen en un suelo eternamente húmedo. No olvidar a los niños que perdieron a sus padres, aunque sintieron a su lado el amor de una familia. No olvidar nunca aquel 30 de enero, cuando casi toda Sevilla se quedó sin dos amigos, que por encima de la política eran buenas personas.

Si Alberto y Ascen hubieran vivido… Si aquella noche el destino hubiera trazado otro guión… Es posible que la política municipal de Sevilla hubiera sido diferente. Alberto Jiménez-Becerril era un concejal emergente. Aquella noche, con el siglo XX en la recta final, ETA no sólo asesinó a Alberto y Ascen, sino que robó a Sevilla un trozo de su futuro. Aquella madrugada fue destrozada la última inocencia. Entendimos que todos los cómplices también son asesinos y estarán manchados de sangre.

José Joaquín León