A Jesús Martín Cartaya, ya de mayor, le están organizando todas las exposiciones y libros que se habían ahorrado antes. El Consejo de Hermandades y Cofradías incluso le ha dedicado un premio de fotografía, que este año han ganado Fernando Salazar y Ángel Bajuelo, dos colegas suyos de diferente estilo. Pues Fernando y Ángel abrieron los caminos a una estética que han seguido otros. Mientras que Jesús Martín Cartaya ha sido más de percal que de seda, aunque en verdad lo suyo era vender trajes en Cortefiel y hacer fotoperiodismo con chaqueta y corbata, en lo que ha sido un maestro sin discípulos.

La última exposición se la han inaugurado en el Cicus, que así a bote pronto casi nadie sabe lo que es. Se trata del Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla, pomposo título que se resume en lo de Cicus, cuya sala está en la calle Madre de Dios. Ya Paco Correal y Juan Parejo han informado en este Diario, con detalle y al por mayor, de la inauguración y los contenidos. Es una exposición del otro Jesús Martín Cartaya. Siempre lo relacionamos con las hermandades y cofradías. Pero como me decía Álvaro Pastor (que además de amigo y hermano de la Soledad de San Lorenzo, es uno de los comisarios) han pretendido mostrar al fotógrafo de la ciudad. Ha visto, con esos ojos diferentes que Dios le ha dado, aquello que otros no saben captar. Jesús es de los pocos que convierte el alma de la gente y la vida de las calles en imágenes eternizadas.

Puede ser que por aquello de trabajar en Cortefiel y vender trajes a veces no se le ha considerado como un periodista gráfico profesional, sino como un aficionado que vivía de otro oficio. Sin embargo, es un fotoperiodista de los que marcan época. Hay una Sevilla que no contaría para el recuerdo sin las fotos de Martín Cartaya. Ha fotografiado a casi todos los sevillanos. Incluso sin que lo sepan, pues su cámara ha sido como un arma secreta.

Un arma pacífica, por supuesto. Y de buena gente, y de persona cabal. Nunca se le podrá agradecer a Jesús Martín Cartaya las fotos que hizo, pero todavía más las fotos que no ha publicado, las que ha roto, las que fueron a la basura porque no quería herir a nadie con su cámara. Lejos del sensacionalismo amarillento y cutre, ha sido y es un caballero de la fotografía, que nos ha mostrado la realidad con los ojos limpios y el corazón abierto. Por eso está recibiendo los homenajes que se merece.

José Joaquín León