UN fenómeno portentoso está ocurriendo: obreros en el interior de los antiguos almacenes de Vilima. Allí, en pleno centro (en la encrucijada de las calles Lineros, y Puente y Pellón, con fachadas en Lagar y Buiza y Mensaque), este edificio ha permanecido cerrado desde 2001. Han pasado 17 años de cierre y algunas curiosidades. Algunos decían que habían visto fantasmas en su interior, incluso antes de cerrar. Pero esta vez los que yo he visto no son fantasmas, sino obreros auténticos, con sus cascos, y hasta un camión de la empresa de derribos que está actuando en el interior del edificio para su reconversión. ¿En qué? En un hotel, faltarían más.

La cadena H10 Hotels gestionará este inmueble. Actualmente explota el Hotel Corregidor, en las calles Morgado y Amor de Dios. Almacenes Vilima tuvo como creador a Pepín Lirola y su familia. Eran otros tiempos, en los que un empresario podía abrir unos almacenes sevillanos en ese enclave céntrico de Puente y Pellón, cuando el antiguo Mercado de la Encarnación y las paradas de autobuses ejercían cono un imán de clientes para el comercio local. Eso fue bastante antes de las Setas.

En Vilima compraban los empleados de varias empresas. El establecimiento fue reconstruido en 1970, después del incendio de 1968, en el que murieron dos bomberos (recientemente recordados), con la estética fea de aquellos años reflejada en el exterior, que todavía se puede contemplar. Por poco tiempo, porque las modificaciones serán muy evidentes. El proyecto ha tropezado con dificultades para ser aprobado por la Comisión del Patrimonio, a causa de los añadidos inicialmente previstos en el ático, pero finalmente lo han conseguido. Así la ciudad contará con un nuevo hotel de cuatro estrellas desde el próximo año; si Dios quiere y los obreros no cejan en el empeño que ya se les nota.

Con este hotel, por fin, se solucionará lo de Vilima, que era como una Comisaría de la Gavidia, pero en plan almacenes. Pasará a la historia su uso comercial, que hemos conocido muchos, pues no es tan antiguo. Era feo por fuera, pero el edificio de Vilima tenía su encanto por dentro. Al final, era un encanto decadente, y se ofertaba ropa que ya no se compraría ni siquiera por aficionadas a la moda más vintage. Pero tuvo sus momentos de esplendor.

Al ver a estos obreros en Vilima se ha apreciado un eslabón más de la bonanza económica. No hay crisis en los hoteles.

José Joaquín León