CON tantas polémicas sobre el turismo, parece que en Sevilla sólo está funcionando la compraventa de pisos para especular con los alquileres turísticos. No es así. O, al menos, no es exactamente así. También se ha detectado en los últimos meses un claro aumento de la compraventa de pisos para vivir. Es lo que se deduce de las tasaciones del mercado inmobiliario que publicó Tinsa, ya que en el casco antiguo (zona turística por definición) los precios subieron un 2,8%, mientras en otras zonas residenciales, como Los Remedios, los precios han crecido un 8,8%, y en sectores como los distritos del Sur, San Pablo y Santa Justa se han encarecido más del 11%.

Hay una generación de treintañeros y cuarentañeros (a los que aún se llama jóvenes) que aspira a cumplir el sueño de comprar un piso. Durante los años de la crisis era misión imposible. Es cierto que se desinfló la burbuja y los precios del mercado inmobiliario bajaron, pero esa generación malvivía a base de contratos basura, o sufría el paro, o emigraba. Las situaciones adversas continúan, aunque el alcalde Juan Espadas se atribuya la mejoría del empleo de abril en Sevilla. No obstante, parece que se han aliviado lo suficiente para que algunas personas ya no tan jóvenes se arriesguen a comprar un piso, como hicieron sus padres y sus abuelos.

El modelo tradicional del progreso vital (joven que encuentra un trabajo fijo, se compra un piso y se casa) se fue al garete en los últimos años de Zapatero y los primeros de Rajoy, por culpa de Bruselas y la señora Merkel y todos esos. Así surgieron los indignados, y llegaron a parlamentarios Pablo Iglesias y otros de su cuerda.

Fue una perversión del sistema, un suicidio ejecutado por el propio sistema, que no veía más allá del corto plazo, ni pensaba en los pensionistas del 2030. Todavía no lo han rectificado, pero el aumento de la venta de pisos muestra la mejoría del progreso individual como paso previo para el bienestar colectivo. Cristóbal Montoro y Fátima Báñez lo explican en clave electoral. También se trata de que haya dinero en las huchas del Estado y hacer viable el bienestar social, que no sale gratis.

Al tiempo que hay más venta de pisos, el casco antiguo de Sevilla afronta su futuro. Tiene el riesgo de transformarse y sufrir una emigración interior a las zonas residenciales, para quedar sólo como zona turística. Por eso, los pisos para vivir no deben ser excluidos de la Sevilla histórica.

José Joaquín León