EN la política española casi siempre ha existido el bueno y el malo. A veces también el feo, o incluso el guapo. Se recuerda desde los tiempos de Franco, cuando el generalísimo era el bueno y los ministros hacían de malos. No estaban a su altura, aunque era bajito. De ese modo, él seguía pescando salmones y hablando de la conspiración judeomasónica y comunista. Después, en la democracia, el asunto se regularizó. Con Adolfo Suárez, que era el bueno, tuvimos como malo a Abril Martorell. Hasta que el bueno por definición pasó a ser Felipe González y el malo Alfonso Guerra. Se le decía: “¡Dale caña, Alfonso!”. Y este admirador de Antonio Machado allá que iba. Pues en Cádiz han copiado el sistema, de manera que el alcalde González, de Podemos, quiere ser el Kichi bueno. Mientras que el edil memorioso, de Ganemos, ejerce de Martín el malo.

LOS senderos se han puesto de moda entre la clase política. Recientemente leí que la Ley de Senderos es la única que le han aprobado a Podemos, en el Parlamento de Andalucía, en la presente legislatura. ¡Y por unanimidad! Por otra parte, el portavoz de Ciudadanos en Cádiz, Juanma Pérez Dorao, ha propuesto a Costas la creación de un sendero entre el Ventorrillo del Chato, Torregorda y el Río Arillo. Me adhiero a esa propuesta. De ese modo se podría ir andando desde Cádiz a San Fernando, por la margen derecha (que es la buena, la de la playa), ya que actualmente existe conexión entre Cortadura y El Chato, y también entre el casco urbano de San Fernando y el molino del Río Arillo. Todo eso aparte de los valores paisajísticos.

LA exageración es una característica habitual en Cádiz. Un ejemplo lo tenemos en las avenidas de esta ciudad. ¿Cuántas hay? Realmente, todo el mundo sabe que durante largas décadas aquí sólo había la Avenida, la única, que originalmente fue diseñada en tiempos de los romanos, cuando los Balbo y demás. Igual que sólo existía el Puente, que era el de José León de Carranza. En los tiempos de la alcaldesa Teófila Martínez tuvimos otra avenida y otro puente, que pasaron a denominarse popularmente como la nueva Avenida (o bien la avenida del soterramiento) y el nuevo puente (al que nadie llama de la Pepa, ni de la Constitución de 1812). Por tanto, la ciudad de Cádiz, a día de hoy, tiene dos puentes y dos avenidas.

A propósito de la trifulca del Perdón, me gustaría recordar algo básico. También las cofradías tienen sus tres C particulares. Regulan las actividades a las que se deben dedicar. Son el culto, la caridad y el compromiso cristiano. Si falta alguno de los tres elementos, puede ser una asociación de utilidad pública, una oenegé, o lo que sea, pero no es una hermandad ni una cofradía. En Cádiz se suele decir, con frecuencia, que las cofradías “no son peñas”. Cuando se repite es porque hay gente que lo confunde, incluso dentro de las hermandades. Por supuesto, no son peñas, pero tampoco son como otras asociaciones religiosas o laicas. Tienen una personalidad propia y unas características. Esto hay que asumirlo dentro y fuera.

SIEMPRE es bonito ver cinco cruceros en los muelles de Cádiz. Más que nada porque así se compensa otros días en los que aparecen medio vacíos. Este año, según los datos publicados, no hay motivos de queja, porque se esperan más de 300 cruceros, lo que equivale a casi uno al día. Sobre esta forma de turismo existe mucha literatura urbana, con grandes partidarios y algunos detractores. No es para criticarlo, al contrario, pero tampoco se deben olvidar las circunstancias del impacto. Ayer llegaron unas 12.000 personas a la ciudad, que según la media de gastos calculada, debieron dejar un impacto económico de más de 400.000 euros. No está mal para quien le toque, aunque comparado con la ITI es una minucia.