EL estado de la ciudad de Cádiz es sorprendente y merece un sesudo debate. Hablar cada cierto tiempo de todo, para que no se resuelva nada. Aprobar acuerdos para no cumplirlos. Convocar un pleno extraordinario, a principios de julio, en vez de organizar una buena tanda de vacaciones para irse sosegadamente a las playas; o viajar, que siempre se aprende. Ya han pasado más de dos años, lo que significa que faltan menos de dos años. Entonces será el crujir de dientes. Y ya se verá quién ríe el último o la última. Tampoco se sabe quiénes serán los candidatos y candidatas de los partidos. Ni falta que hace. Lo esconden como si fuera un tesoro.

SOSIEGO en la ciudad del vino, que no voy a pedir la cosoberanía del Circuito de Jerez, para que se denomine de Jerez y Cádiz. Con el aeropuerto tenemos suficiente reivindicación. El circuito al que me refiero es el que Cádiz podría tener y no tiene. Un recorrido completo alrededor de toda la ciudad marinera. No sólo de carriles bicis viven los hombres y las mujeres en esta tierra. Se ha puesto de moda el running, tantos años después de Mariano Haro. Y no digamos nada de los paseantes y las paseantas, que caminan por la ciudad como si practicaran rutas de senderismo bravío. Para estas personas un circuito es muy necesario.

HAY que alabar a Podemos por su buen gusto. Organizar en Cádiz su Universidad de Verano, en la primera semana de julio (finde incluido), supone una apuesta decidida por el turismo y la hostelería de nuestra ciudad. Eventos como éste son los que deberían abarrotar nuestro Palacio de Congresos, que ya no aparece tan frecuentado como en otros tiempos espléndidos de gañote vil con las multinacionales. Por el contrario, la universidad podemita ha incluido actos de evidente contenido intelectual, como un recital de la chirigota de Vera Luque, con Los del planeta rojo (les hubiera quedado mejor el planeta morado, ya que el rojo está desteñido), precisamente en la Plaza de la Catedral. Lugar adecuado, porque vendrá Pablo Iglesias. Y ellos son cristianos de base para unas medallas sí y para otros honores no.

EL caso del alcalde de Puerto Real, Antonio Romero, de Podemos, es curioso e interesante. Él mismo ha reconocido públicamente que no es un político “al uso”, lo que traducido significa que no es un político, sino que debe ser un aficionado a la política, que se ha encontrado ahí por casualidad. Por ello, acaba de cometer un error muy grave, como es reconocer (con dos años de antelación) que no se presentará a las elecciones municipales de 2019. Desde ahora, se ha convertido en un alcalde provisional. Es un gesto sincero, incluso honesto. Se confiesa ante sus vecinos de Puerto Real, y les anticipa que no seguirá. Pero es un error de estrategia, que le hace prisionero de sus palabras. Le restará credibilidad y autoridad en los dos próximos años. Y, si cambia de opinión y decide presentarse, quedará como un mentiroso.

A veces se dice que en Cádiz nos miramos el ombligo. Muy contentos con todo lo nuestro, y con todos los nuestros. Sin embargo, otras veces se afirma, con bastante razón, que es una ciudad desagradecida. O se podría decir que hay una tendencia a negar los méritos de nuestros vecinos, o a regateárselos. Eso nos llevaría a la envidia y a la falta de generosidad. Pero, sobre todo, nos lleva a la injusticia. Los honores y distinciones pueden servir de ejemplo. Le han entregado la Medalla de Oro de Cádiz a la Virgen del Rosario, de mala manera, de tapadillo. Y también se podría preguntar: bueno, ¿y por qué no se la concedieron antes los otros? El PSOE y el PP gobernaron.