PARA el próximo domingo, día 18, festividad de la Esperanza, se ha organizado una bicifestación de protesta en Cádiz. ¿El motivo? Lo mismo de siempre: que no se hace el carril bici. Esta bicifestación, convocada por la Asamblea Ciclista Bahía de Cádiz, nos provocará nostalgia, pues nos hará retroceder al pasado, cuando se protestaba en bicicleta para reclamar las justas demandas de la ciudadanía. A la vista está que la vida sigue igual. Carriles hay los que se pintarrajearon en tiempos de Teófila. En Cádiz no se ha construido ni un solo kilómetro de carril bici en el año y medio que ha pasado desde que se fueron los otros del poder municipal.
POR falta de golfos en Cádiz no será, pensaréis algunos. Pero eso no justifica esta barbaridad, añado. A Cádiz siempre le intentan quitar todo lo que tiene. Y nunca se sabe por dónde atracan los enemigos. Ni si son franceses, o ingleses, o qué. Ahora, por lo que se ha sabido, son de la Unión Europea. Resulta que le quieren quitar la denominación de Golfo de Cádiz al Golfo de Cádiz. Para sustituirlo por Aguas Portuguesas. Al menos es lo que ha ocurrido con la traducción oficial de las zonas, subzonas y divisiones de la UE en el ámbito pesquero. Por la misma cara y sin avisar, por el procedimiento del descuido, nos han robado el Golfo de Cádiz. Y aquí, sin enterarse, discutiendo lo de siempre.
COMO están tan preocupados por las cosas de Loreto, podrían poner en valor los antiguos depósitos de la Tabacalera. Como allí no se hace nada, han quedado en el olvido. ¿Para qué vamos a perder el tiempo hablando de los depósitos de la Tabacalera, esos que iban a revitalizar Loreto, Puntales y sus aledaños? Eso es lo que hay: nada. Es más fácil chapotear en el agua y poner unas lucecitas para animar el barrio. Pero es más útil recordar que esos depósitos fueron adquiridos con grandes pretensiones. Los más optimistas del lugar no han perdido las esperanzas de que gracias a la Edusi, a la Iti, o algunos fondos europeos se puedan invertir allí un chorro de millones de euros.
LA luz de Cádiz fluye con naturalidad. Despunta en cualquier amanecer en la Punta de San Felipe, cuando el sol se despierta y se asoma para verse en la Bahía. O se despinta en cualquier ocaso, cuando aparecen paletadas rabiosas de tonos violetas, anaranjados, rojizos en el cielo de la Caleta, mientras se oscurecen las siluetas de los castillos y se apaga el último brillo en las olas que mecen a las barquitas. Está presente en los cielos de azules más rotundos, en las azoteas blanqueadas, en las playas abarrotadas del verano, en las mareas tristes del invierno.
A todo el mundo le ha parecido incluso normal. Como si las comparsas de los Antonios (Martín y Martínez Ares), cantaran Madama Butterfly o Tosca todos los días; o como si las chirigotas del Selu y de Vera Luque fueran especialistas en Richard Wagner o Alban Berg. Esto es muy grande, porque llevar el Carnaval de Cádiz al Liceu de Barcelona es como llevar al Cádiz al Camp Nou para disputar los cuartos de final de la Champions League, como si Garrido fuera Iniesta. Esto sí que es un pelotazo. Esto supone elevar al Carnaval de Cádiz a unos niveles gloriosos. El Selu podrá decir para la posteridad: aquí cantamos Montserrat Caballé y yo, entre otros.