EL PSOE tiene la culpa de que Pedro Sánchez esté en la Moncloa con ese Gobierno, y también la llave para obligarlo a que dimita. Le dieron una segunda oportunidad y cometieron un error histórico. Después, por la avaricia del poder, aunque fuera uniéndose a Frankenstein, no asumieron que el peligro lo tenían en casa. El pasado miércoles, Pedro Sánchez confirmó que la mentira es su programa. En los últimos días, ha engañado a Ciudadanos (¡vaya papelón!), al PNV (que se las prometía muy felices), a Bildu (a los que blanquea con un pacto que duró sólo tres horas) y a Unidas Podemos (que han sido los artífices de ese pacto con los proetarras y de algunas desgracias más). Pero a Pedro Sánchez no lo echarán las manifestaciones en automóviles de Vox, las caceroladas con banderas, ni la oposición mal explicada de Pablo Casado. A Pedro Sánchez sólo lo echará el PSOE. Si es que está dispuesto. Y sería mejor pronto que tarde.

HA muerto Julio Anguita de lo que era previsible: de un ataque al corazón, que ya le había dado varios avisos. Se le consideraba un político pasional y apasionado, aunque es discutible el lugar que le tendrán reservado en la historia del comunismo español. El PCE ha devorado a todos sus líderes, cuando ya no los purgaban al modo soviético. Anguita será recordado, como mínimo, por haber sido el califa rojo de Córdoba: el primer alcalde comunista de una capital tras la guerra civil. Y por no haberse pasado al PSOE, como Rosa Aguilar, la otra alcaldesa cordobesa de IU. Por el contrario, Anguita también será recordado como el hombre que hizo posible la llegada de José María Aznar a la Moncloa. Y poco faltó para que también llegara Javier Arenas a la presidencia de la Junta, en 1994, cuando se formó la pinza que aquí ejecutaba Luis Carlos Rejón.

ES difícil derrotar al coronavirus con los políticos de la nueva política. En la desescalada se está viendo. El Gobierno del PSOE y Unidas Podemos mantiene una pésima gestión sanitaria y económica, con errores garrafales, asesorados por misteriosos científicos (o eso dicen) que los han equivocado. Pero en la oposición se han visto carencias graves. El PP ha cometido dos errores de bulto, con los que Pablo Casado (en el estado de alarma) e Isabel Díaz Ayuso (en la desescalada) le han dado balones de oxígeno a un Gobierno de chichinabo. Mientras que Inés Arrimadas en Ciudadanos, por jugar a las dos barajas, ha dejado a su partido más roto, al borde de UPyD (y con el patinazo de Aguado en Madrid). Por su parte, Vox sigue en una línea ultramontana, con propuestas como convocar manifestaciones en automóviles.

HACE dos domingos publiqué un artículo titulado España: más de 20.000 muertos. Hoy vamos por 25.100. Significa que en dos semanas han muerto 5.000 personas, según las cifras oficiales. Sin embargo, Fernando Simón dice que los últimos datos son “incluso mejores de lo esperado”. ¿Qué esperaba este sabio? A los muertos nos hemos acostumbrado, porque son menos y ya forman parte de lo cotidiano. Así que el Mando Único de la España Una, Grande y Encerrada vive en una contradicción permanente: por un lado, desconfinar a ratitos, sin causar un estropicio, pero sin garantías de control (no hay test suficientes, no se sabe quién está asintomático); y por otro intentan asustar para evitar una segunda oleada.

EN los últimos días se aprecia una creciente presión para llegar a pactos. Pedro Sánchez lo repite. Pablo Casado cree que es una trampa. Aunque ha entendido que, si se niega, el PP quedará como el partido insolidario que le dio prioridad a sus intereses sobre los de España. Al final, la culpa del coronavirus y su ruina sería de él, de Rajoy y de Aznar. Por eso, no deben utilizar la comisión parlamentaria para otros fines. Una comisión de investigación la debería pedir más adelante, con más perspectiva. Ahora le toca negociar, presentar y defender propuestas. Porque si se arruina aún más el país, será para todos. Y ayudaría que Sánchez ponga los pies en el suelo. Podrían pactar muchas pamplinas, aunque las apoyen todos. Es decir, no se equivoquen.