LA principal habilidad de la vicepresidenta Yolanda Díaz es que dice las paridas con una sonrisa. Y, como no es una niñata, se le toma en poca consideración el alcance de sus chuminadas. A la ministra Margarita Robles, que se la toma en serio, la pone atacada de los nervios. Ha vuelto a proponer algo irrealizable. Primero dijo que pondría un límite a los precios del pan y la leche, para que los pobres no pasen hambre. Después, cuando le replicaron que era imposible, ha pasado a apoyar la campaña de un híper de 30 productos por 30 euros, siempre y cuando los productos sean de su agrado. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, dijo en Barcelona que la vicepresidenta pretende “una planificación soviética” de los alimentos. Con el telón de acero hemos topado.

ESTE verano se ha hablado y escrito mucho de las olas de calor. Y de las medidas propuestas por Pedro Sánchez y su Gobierno, como subir la temperatura del aire acondicionado en bares y comercios y prescindir de la corbata. También se han publicado estudios que cifran en más de 4.600 los muertos en España por complicaciones del calor. Ese interés por las devastadoras consecuencias del calor obligaría a reconsiderar la fama de vagos que han colgado a los andaluces. Aumentada desde que Ortega y Gasset publicó el artículo El ideal vegetativo, incluido en su Teoría de Andalucía. La supuesta vagancia andaluza generalmente no se ha vinculado al clima.

EL verano es un tiempo que abre paréntesis. A veces recupera una cierta nostalgia. Muchos veraneantes vuelven a las ciudades y pueblos donde nacieron, o donde vivieron su infancia y quizá el primer amor de la juventud. Lugares mitificados, que forman parte de la propia identidad. Resurge la añoranza de volver a ser lo que fuimos y perdimos. El exilio es eso también. La nostalgia de la tierra prometida se aferra a los ancestros del ser humano. La nostalgia está en la Biblia y en La Odisea. Aparece en los israelitas que buscan la tierra prometida, o en la parábola del hijo pródigo que regresa junto al padre. Está en Ulises, que volverá a Ítaca para el reencuentro con Penélope, a pesar de las dulces tentaciones de Calipso.

DESPUÉS DEL 19-J andaluz, Ciudadanos nos recuerda una novela de Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada. Es como un alma en pena de la política. Se le ve una pinta muy lamentable. Resulta triste, porque es un partido con buenos cuadros. No me refiero a cuadros como los de Velázquez, Goya o Picasso, sino a algunos dirigentes que harían un buen papel en el PP de Feijóo, que es el partido más afín que les queda a mano, y donde les deberían abrir las puertas con generosidad y sin exigencias. Ahora se les plantea la terrible disyuntiva de entonar el gori gori y pasar al cementerio político, o insistir en la perdición hasta sufrir más daños. A ello contribuyen militantes desesperados, de trayectoria ruinosa, como Ignacio Aguado.

LAS ratas han vuelto. Este verano hemos leído más noticias de ratas que de medusas. Las denuncias de los vecinos empezaron en las grandes ciudades (Barcelona, Madrid y Sevilla) y después se sumaron otras poblaciones que también reclamaban sus cuotas de raticidas. Mientras se hablaba de una posible crisis de ministros en la Moncloa, y del repartir surrealista de las consejerías en San Telmo, las ratas salían a la luz y presumían de poderío. En tiempos del franquismo se hablaba mucho de las ratas, a las que vinculaban con la pobreza. Afectaban más a los barrios pobres. Pero las ratas de hoy en día ya no hacen distinciones.