EL proceso de expulsión de los sevillanos hacia las periferias no afecta sólo a los pobres. Por supuesto, con ellos empezó todo, porque forman el eslabón más débil. Pero tampoco se libran las clases medias. Como nuevos Ulises de la Odisea sevillana oyen cantos de sirenas, que les lanzan mensajes tentadores. Después de una crisis que paralizó la construcción, anuncian nuevas promociones en lugares tan alejados de la Giralda como Palmas Altas, donde van a construir 2.800 viviendas, o la Hacienda del Rosario, donde están previstas siete torres con 1.046 pisos, de las cuales ya se ha presentado la primera. En un lugar colindante con el término de Alcalá de Guadaíra.
EL proceso especulativo que expulsa a los sevillanos del casco antiguo no ha comenzado ahora, ni se basa sólo en el turismo. Continúo con el segundo artículo de la Trilogía del Desarraigo para recordar que esto mismo se decía en décadas anteriores, incluso en el siglo pasado. En los años 90 eran abundantes las polémicas referidas al proceso de terciarización del centro, que se destinaba cada vez más a servicios, mientras los sevillanos se iban a vivir lejos. La ciudad siempre tuvo tendencia a ensancharse. El proceso se intensificó con el franquismo en la posguerra y se complicó con el desarrollismo de los años sesenta y setenta del siglo XX. En la democracia, los ayuntamientos de andalucistas, socialistas y populares, desde Luis Uruñuela a Juan Espadas, pasando por los demás, han sido incapaces de revertir esa situación.
COMIENZO con este artículo una trilogía. Desde hace años están de moda, y si no se escribe por triplicado parece poquita cosa. Se podría denominar Trilogía del Desarraigo. O también, a modo general, Sevilla sin sevillanos. El mítico ideal que popularizó Antonio Machado ha adquirido, con el tiempo, el sentido contrario. Ya no se trata de disfrutar la ciudad sin los excesos de sus ciudadanos, sino de expulsar a los sevillanos a las periferias. En esa coyuntura estamos. Se ha culpado al turismo, y se ha fomentado la turismofobia, para chinchar a Juan Espadas. De manera que ves a una muchacha con short, top de tirantas y chanclas, como si fuera a la piscina del Tiro de Línea, llorando porque no la dejan entrar en la Catedral, y parece que es una enviada especial de Satanás. Cuando ella es otra víctima. El turista sólo es un medio para conseguir el fin de lo perverso. Y el fin es hacer negocio a costa de Sevilla.
EN las necrológicas que circulan tras la muerte de Arturo Fernández se le califica como “el último galán”. En realidad, y visto desde Sevilla, Arturo ha sido el penúltimo. El último superviviente de los galanes es la Camisería Galán, que se encuentra en la calle Sagasta desde 1905. Desde antes de que naciera Arturo Fernández, y con un escaparate que acredita su origen más que centenario. La camisería y sastrería, que cuenta con una clientela básicamente de señores elegantes y tradicionales, mantiene un doble juego perfecto, pues el nombre le viene de su fundador, el soriano Isaac Galán, y encaja en el galanismo. Estilo clásico y muy formal; con toques como ponerse una guayabera verde en verano.
EN el Palacio Arzobispal se organizó un Encuentro de Pensamiento Cristiano, titulado La Iglesia en la sociedad democrática. Precisamente el mismo día que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, amenazaba a los obispos, tras las declaraciones del nuncio Renzo Fratini. El encuentro del Arzobispado estuvo presidido por el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, y contó con una ponencia de Jesús Avezuela, director general de la Fundación Pablo VI y letrado del Consejo de Estado. Entre los asistentes había cualificados representantes de la sociedad sevillana, profesionales, miembros de grupos eclesiales y también políticos de diversas ideologías, como las diputadas del Congreso Sol Cruz-Guzmán (PP) y Reyes Romero (Vox), el portavoz municipal de Ciudadanos, Álvaro Pimentel, y el delegado de Justicia y Turismo, Javier Millán, también de Cs, o el anterior viceconsejero de Turismo y Deporte, Diego Ramos, del PSOE, entre otros.