DESDE tiempo inmemorial, Cádiz ha sido una ciudad anticipada a los tiempos. El talento ha estado presente con grandes aplicaciones en otros siglos, y aún sigue en muchas actividades, la mayoría improductivas. Aquí se han inventado palabras que han sido aportaciones a la lengua española (véase El habla de Cádiz, del profesor Pedro Payán). Un ejemplo es el concepto de lo cursi, cuya historia es conocida, y que se inventó aquí, donde las finuras forzadas se toman a burla. También surgió aquí el concepto del pelotazo, que después aplicaron algunos espabilados a la política corrupta y a los negocios de fortuna fácil, pero cuyo verdadero origen está en el Carnaval. Si bien no es igual un pelotazo inmobiliario que el de una comparsa. Y otra aportación innegable, de plena vigencia, es la paguita.

EL Puente de la Constitución de 1812, al que la gente llama el Nuevo Puente de Cádiz, ha cumplido sus primeros cinco años. No le han organizado una fiesta en el McDonald’s, ni nada de eso, sino que se ha recordado su aportación para la ciudad. Fue la obra pública más costosa del siglo XXI. Sin embargo, en contra de lo que dicen algunos, no fue un capricho de Teófila Martínez. Se pudo hacer más barato, eso sí, porque se encareció con Magdalena Álvarez por motivos políticos (como las reivindicaciones de los astilleros) y por el largo retraso de las obras públicas. No obstante, Javier Manterola es autor de una obra emblemática, que en Cádiz se valorará mejor cuando pase el tiempo y tenga otros dirigentes.

ESTE Juan Carlos al que me refiero no es el emérito, sino el demérito. Es decir, el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo. Aunque nacido en Osuna (Sevilla) se le considera gaditano como tú, por méritos propios, y un representante de la provincia, que consiguió otro ministerio, como Fernando Grande-Marlaska, que fue representante de la provincia, pero nunca fue considerado gaditano como tú, si acaso transeúnte del Campo de Gibraltar, donde tanto trabajo tiene. Pues bien, me refería a Juan Carlos, que pasó sin apuros sus primeros días ministeriales, desapercibido como los buenos árbitros, pero ahora le están cayendo los marrones.

ESTÁ siendo muy comentado el libro póstumo de Juan Marsé, titulado Viaje al sur. La provincia de Cádiz es la que más aparece, y aporta una visión social, aunque parcial y anecdótica. El escritor llegó en octubre de 1962, y pasó por Jerez, Sanlúcar, Chipiona, Rota, El Puerto, Cádiz, Chiclana, Vejer, Barbate, Tarifa, La Línea y Algeciras. De esta última dice: “Es la ciudad más fea de cuantas hemos visitado”. Entre lo mejor está el capítulo de la miseria en el barrio de chabolas de El Zapal, en Barbate de Franco, con las impactantes fotos que hizo Albert Ripoll. El libro no se publicó entonces, y está superado por las obras mayores de Marsé. Pero interesa como testimonio social y de costumbres, y por su mala leche hacia los que despectivamente trataba como escritores de provincia.

PARTIMOS de una base científica: los llamados científicos, al principio de la pandemia, no tenían ni idea del Covid 19. Recordemos que a principios de marzo de este año (hace apenas seis meses), cuando preparaban las manifestaciones del 8-M y el mitin de Vox en Vistalegre, la OMS decía que no existía una pandemia en el mundo. Y que cuando descubrieron que sí, pocos días después, y ya había empezado el estado de alarma en España, afirmaron que las mascarillas eran innecesarias. Ustedes pensarán que la OMS tiene poco de científica, y es verdad, son burócratas bien pagados que se enteran tarde. Pero también es cierto que los científicos aún no han conseguido una vacuna de confianza. Y lo que es peor: tampoco un tratamiento eficaz para curar a los enfermos. Hay varias opciones, que prueban según los casos.