ERAN otros tiempos. Era cuando la gente podía ir al estadio Carranza (que se llamaba así y a nadie le parecía mal) para ver partidos de fútbol. No guardaban las distancias de seguridad, y llamaban guapetón al árbitro. A veces, cuando ganaba el Cádiz con buen juego, de pronto se oía en el estadio: “¡Que viene, que viene!, ¡Que viene la ola!”. Hay que ver lo que ha cambiado la vida. Ahora se dice lo mismo para acongojar. La gente ha criticado al doctor Simón porque se fue a practicar surf a Portugal, antes de agradecer que no vinieran turistas a España. El doctor Simón es un especialista en olas. Y ahora suena igual que en aquellos tiempos, cuando iba la afición al estadio Carranza, que se llamaba Carranza. ¡Que viene la ola!

ES raro que la comisión de colegas adictos que han montado para cambiar el nombre del estadio no se ocupe también del Trofeo. En la historia del fútbol gaditano iban unidos. En 1955 se disputó el primer Trofeo Ramón de Carranza, aunque el viejo estadio se inauguró con un partido amistoso entre el Cádiz y el Barcelona. No incluir el Trofeo en ese lote, significaría que el Ayuntamiento de Kichi se olvida de su organización y gestión. Es decir, que lo dan por muerto. Un Trofeo sin público sería como el del año pasado, cuando se les ocurrió la parida de que vinieran cuatro equipos femeninos y no acudió nadie a ver los partidos. Como era de suponer.

REPETIR una mentira mil veces no la convierte en verdad, aunque lo dijera Goebbels. Es falso que la Ley de Memoria Histórica obligue a cambiar el nombre del estadio y no se pueda llamar Nuevo Estadio Carranza, como quieren la mayoría de los cadistas. Si fuera un recinto privado se podría denominar así. Actualmente está cedido al Cádiz CF, por cierto. Pero el Ayuntamiento no necesita ninguna Ley de Memoria Histórica, ni crear ninguna comisión de títeres manejados por Kichi, ni inventar excusas para cambiar el nombre al estadio, a los teatros y a todas las calles de Cádiz. Sean franquistas, comunistas o artistas. Es competencia municipal, siempre que tenga mayoría. Así que los podrían denominar Estadio Che Guevara y Teatro Nicolás Maduro.

LA imagen internacional de España ha caído por los suelos con los rebrotes de Cataluña, Aragón y Navarra, pero Cádiz y sus costas son diferentes. Los ingleses, que han boicoteado el turismo con la cuarentena, se deberían poner de acuerdo entre ellos mismos. Por un lado, recomiendan no viajar. Por otro, elogian a las playas de Cádiz como buen ejemplo. La cadena Sky News elogió las distancias en la playa de Regla, de Chipiona, con unas imágenes que han dado la vuelta al mundo. Antes de eso, el prestigioso diario británico The Telegraph publicó un reportaje en el que proponían a los intrépidos turistas británicos que se arriesguen a viajar a España dónde deben ir y dónde no.

SI Charles Baudelaire hubiera sido gaditano, a lo mejor hubiera escrito el repertorio de una comparsa. Era un genial poeta, con ese malditismo de enfant terrible que caracterizaba a ciertos literatos del siglo XIX. Pero hoy no me fijo en él por su aportación literaria, sino porque publicó unos ensayos titulados Los paraísos artificiales, que le vienen como anillo al dedo del Cádiz de hoy. Los dividió en dos partes: El poema del hachís y Un comedor de opio. Baudelaire era de esos que vivía en las fantasías por encima de la realidad. Pero en la búsqueda de paraísos artificiales, tenemos en Cádiz a unos discípulos de lujo. Y no me refiero a los que fuman canutos, sino a los que se apartan de la realidad para vivir en una alucinación permanente.