LA salida de Susana Díaz del Parlamento de Andalucía estaba cantada por las esquinas de Triana. Ha salido con un cargo de senadora y con la presidencia de la Comisión de Industria del Senado. Se suele decir que el PSOE nunca deja tirados a los suyos y los cuida, a diferencia de otros partidos. Puede ser por dos motivos: porque siempre tienen más cargos para repartir y porque no quieren dejar a víctimas quejándose por los vericuetos de la política. A veces se ha hablado de patadas arriba, como cuando nombraron a Manuel Chaves vicepresidente del Gobierno para que dejara la presidencia de la Junta. Otra patada hacia arriba se la dieron a María Jesús Montero, a la que nombraron ministra de Hacienda y después portavoz del Gobierno, aunque ya no es portavoz, ni tampoco la candidata a presidir la Junta, como intentó Pedro Sánchez, hasta que la conoció mejor. Después designó a Juan Espadas como su hombre de confianza.

SE le debe reconocer a Pablo Iglesias un éxito político que no puede empañar su salida por peteneras: ha puesto de moda el populismo. Llegó en el momento oportuno, después de Zapatero y con una crisis por medio, y aprovechó el movimiento de los indignados. Miles de ciudadanos compartían la indignación, en una España arruinada por ZP y sumida en la austeridad por Rajoy para evitar el rescate. Pero los podemitas no han buscado remedios para la indignación, ni desde la oposición, ni desde el poder. Por el contrario, han creado nuevos modelos de enfrentamientos y han recurrido al populismo y al odio ideológico como motor de una lucha de clases reciclada. Ya no es marxismo al estilo antiguo, ya no es la revolución, sino algo más sutil: conseguir el poder para seguir culpando de los males a otros y aumentar el odio para perpetuarse.

LA oposición todavía no ha conseguido que un ministro dimita por un escándalo. Los relevados cayeron por su propio peso, cuando le estorbaban a Pedro Sánchez. Y en el sector de Unidas Podemos, a pesar del descrédito personal que llevan, sólo ha renunciado el vicepresidente Pablo Iglesias, cuando seguir ya era un estorbo hasta para él mismo. Así que a pesar de la última polémica, tampoco van a echar al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que tiene derecho de pernada para todo: para acusar de homófobos a los varones españoles, para insinuar culpables en el caso de las cartas con balas o en el de la falsa denuncia de violencia homófoba, para expulsar sin garantías a los menores marroquíes, etcétera.

PARA la sexta ola de la pandemia sería conveniente que pusieran en marcha una legislación adecuada, que acabe con el cachondeo aleatorio de los tribunales, y que empiece a funcionar el carné del vacunado. Entre otras medidas necesarias, para evitar los errores cometidos en las cinco anteriores. ¿Pero vamos a tener una sexta ola? El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que ahora critican el bronceado (será por criticar) ha sacado pecho para presumir de que somos el país con más porcentaje de vacunados. No es cierto. Y cada vez que presume de algo, ya se sabe lo que pasa: lo mismo que con las mascarillas de quita y pon. Y lo peor no es eso, sino lo que dijo la eminente viróloga Margarita del Val, que es la que va dando pronósticos fiables, y la que debería ser la referente de la pandemia, en vez del cantamañanas que tanto se ha equivocado.

TANTO duplicar las palabras, tanto hablar de ellos y ellas, y de las socialistas y los socios listos, para que llegue Joe Biden (el presidente más feminista de la historia de los EEUU, que iba a ceder el cargo pronto a su vicepresidenta Kamala Harris), y deje tiradas y sin futuro a las niñas afganas. Eso están diciendo algunos y algunas, porque ha sentado fatal lo ocurrido en Afganistán con los talibanes. El presidente Biden huye a lo loco. Y con un feroz atentado terrorista para despedirlo con muertos. Sin tener en cuenta que en ese país se quedan criaturitas, ahora condenadas a llevar el burka de por vida, a estar sometidas a sus señores machos, a no estudiar ni conducir ni bañarse en público. Y es verdad que ya no estamos en el tiempo de las cruzadas, ni vamos a reconquistar Jerusalén, ni a recuperar Constantinopla. Pero salir así de Afganistán hubiera sido impensable con la familia Bush, pongo por caso.