EN el debate sobre la financiación autonómica hay un evidente enfrentamiento. Es una lucha entre las comunidades como Andalucía, que defienden un criterio basado en el número de habitantes, y las de la llamada España vaciada, que piden un ajuste basado en otros aspectos, como la extensión, el envejecimiento y la migración, para no hundirse más. Contentar a todos será difícil, por lo que quizás el Gobierno optará por perjudicar a todos. Sin embargo, más allá del conflicto, queda la realidad de un país que se está reseteando y cambia casi sin querer. Y que ya no está sólo condicionado por los independentistas de Cataluña y el País Vasco.

VIVIMOS en un país sin tradición democrática. Hasta que murió Franco, aquí la democracia se consideraba como un milagro. Las dos repúblicas duraron un suspiro de la historia cada una y la monarquía estaba sometida a vaivenes autoritarios. A partir de la Ley de Amnistía, las primeras elecciones democráticas y la Constitución de 1978 (ratificada en un referéndum), parecía que se abría un periodo de consenso para superar el cainismo de las dos Españas. Con el tiempo, en vez de profundizar en la concordia, en vez de buscar la prosperidad de los ciudadanos, se ha vuelto a las andadas: polarización y extremismo. Al llegar estas fechas, se monta el paripé de los presupuestos: los de España, los de Andalucía y los municipales. Y los sindicatos y los empresarios no alcanzan acuerdos para las reformas.

UNO de los aspectos más pintorescos de la reforma del Poder Judicial y de los nuevos magistrados del Tribunal Constitucional es que los candidatos están marcados. No sólo los presentan el PSOE o el PP, sino que se les pone etiqueta: “Fulano es conservador”, “Mengana es progresista”, “A Zutano lo voté con la nariz tapada y sin seguir los dictados de mi recta conciencia”. Lo natural sería que los jueces y magistrados no llevaran camisetas. No fueran simpatizantes de Pedro ni de Pablo. Y digo yo: ¿no se les podría poner un VAR a los miembros del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional y de todos los tribunales en líneas generales? Aplicar el reglamento y punto. Y trazar las líneas del juego bien, sin buscar las vueltas.

DE vez en cuando aparecen noticias (y no necesariamente son falsas) que invitan al optimismo. La prestigiosa revista The Lancet ha publicado un artículo donde destaca que España podría estar ya muy cerca de alcanzar la inmunidad de rebaño frente al coronavirus. Mientras el Este de Europa (sobre todo Rusia, Rumania y los países bálticos) sufre una nueva ola de muertes. Mientras en Francia, Alemania o el Reino Unido la tasa de contagiados es mayor que en España. Naturalmente, ha llamado la atención que uno de los países que empezó gestionándolo peor sea ahora uno de los mejores. ¿Qué ha pasado para el cambio de tendencia?

AL llegar Halloween, la Fiesta de Todos los Santos y el día de los Fieles Difuntos, estamos abrumados por un sinfín de noticias terroríficas. Memento mori, no lo olviden. El mundo ya no es lo que era antes de la pandemia del Covid 19. Sin embargo, España parece Jauja. Aquí el Gobierno y la gente confían en un Estado omnipotente que no existe. Un Estado que resuelva todos los problemas de los ciudadanos, gracias a un Gobierno dividido, ahora entre los de Pedro y los de Yolanda. La realidad es diferente. Estamos ante el récord de inflación de los últimos 30 años, una crisis energética, una falta de mercancías, un mercado laboral ajeno a las necesidades, unas pensiones y subsidios insostenibles con el sistema actual. Tenemos hasta un volcán en la isla de La Palma. Pero en la calle no es obligatoria la mascarilla y dicen que el país va de maravilla.