NUESTROS políticos han prestado poca atención a las elecciones de Alemania, quizá porque no las pueden aprovechar a su favor. O porque dejan un escenario que recuerda al nuestro y no les gusta: la fragmentación del voto y el riesgo de la ingobernabilidad al no existir un liderazgo fuerte. Angela Merkel ha gobernado con una gran coalición de la CDU y el SPD, que sólo podía presidir ella. Era una líder fuerte, capaz de lograr un pacto entre dos partidos antagónicos, que se turnaban en el poder tras la II Guerra Mundial. Es como si en España un líder del PP hubiera sido capaz de gobernar con el PSOE, ofreciéndole ministerios importantes. Algo que parece imposible.

LA salida de Susana Díaz del Parlamento de Andalucía estaba cantada por las esquinas de Triana. Ha salido con un cargo de senadora y con la presidencia de la Comisión de Industria del Senado. Se suele decir que el PSOE nunca deja tirados a los suyos y los cuida, a diferencia de otros partidos. Puede ser por dos motivos: porque siempre tienen más cargos para repartir y porque no quieren dejar a víctimas quejándose por los vericuetos de la política. A veces se ha hablado de patadas arriba, como cuando nombraron a Manuel Chaves vicepresidente del Gobierno para que dejara la presidencia de la Junta. Otra patada hacia arriba se la dieron a María Jesús Montero, a la que nombraron ministra de Hacienda y después portavoz del Gobierno, aunque ya no es portavoz, ni tampoco la candidata a presidir la Junta, como intentó Pedro Sánchez, hasta que la conoció mejor. Después designó a Juan Espadas como su hombre de confianza.

SE le debe reconocer a Pablo Iglesias un éxito político que no puede empañar su salida por peteneras: ha puesto de moda el populismo. Llegó en el momento oportuno, después de Zapatero y con una crisis por medio, y aprovechó el movimiento de los indignados. Miles de ciudadanos compartían la indignación, en una España arruinada por ZP y sumida en la austeridad por Rajoy para evitar el rescate. Pero los podemitas no han buscado remedios para la indignación, ni desde la oposición, ni desde el poder. Por el contrario, han creado nuevos modelos de enfrentamientos y han recurrido al populismo y al odio ideológico como motor de una lucha de clases reciclada. Ya no es marxismo al estilo antiguo, ya no es la revolución, sino algo más sutil: conseguir el poder para seguir culpando de los males a otros y aumentar el odio para perpetuarse.

LA oposición todavía no ha conseguido que un ministro dimita por un escándalo. Los relevados cayeron por su propio peso, cuando le estorbaban a Pedro Sánchez. Y en el sector de Unidas Podemos, a pesar del descrédito personal que llevan, sólo ha renunciado el vicepresidente Pablo Iglesias, cuando seguir ya era un estorbo hasta para él mismo. Así que a pesar de la última polémica, tampoco van a echar al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que tiene derecho de pernada para todo: para acusar de homófobos a los varones españoles, para insinuar culpables en el caso de las cartas con balas o en el de la falsa denuncia de violencia homófoba, para expulsar sin garantías a los menores marroquíes, etcétera.

PARA la sexta ola de la pandemia sería conveniente que pusieran en marcha una legislación adecuada, que acabe con el cachondeo aleatorio de los tribunales, y que empiece a funcionar el carné del vacunado. Entre otras medidas necesarias, para evitar los errores cometidos en las cinco anteriores. ¿Pero vamos a tener una sexta ola? El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que ahora critican el bronceado (será por criticar) ha sacado pecho para presumir de que somos el país con más porcentaje de vacunados. No es cierto. Y cada vez que presume de algo, ya se sabe lo que pasa: lo mismo que con las mascarillas de quita y pon. Y lo peor no es eso, sino lo que dijo la eminente viróloga Margarita del Val, que es la que va dando pronósticos fiables, y la que debería ser la referente de la pandemia, en vez del cantamañanas que tanto se ha equivocado.