POR causas inexplicables se ha difundido una pésima imagen del Campo de Gibraltar. Si nos dejamos guiar por lo que se publica y lo que vemos en televisión, resultaría que allí todo el mundo está tieso, excepto los que trabajan en la colonia de Gibraltar y los que trapichean con las drogas. Eso si no te disparan un tiro en una esquina durante las negociaciones entre bandas de maleantes. A lo cual se suman las llegadas de pateras todos los días. Curiosamente, ahora es noticia  por el Brexit, porque le ha tocado la lotería en los Presupuestos apócrifos de Pedro Sánchez y porque salió a la luz el pelotazo que dio el Puerto de Algeciras hace dos meses.

EL caso del megayate Yas es rarísimo, un misterio auténtico. Estamos refiriéndonos a uno de los yates más lujosos del mundo, propiedad de un rico jeque árabe, Hamdan Bin Mohammed bin Rashid Al Maktoum, que se ha encariñado con Cádiz, a pesar de estar gobernada por anticapitalistas. El motivo de tanto cariño tampoco ha sido explicado. Pero el amor es así: pasión pura, que no atiende a razones, y se deja guiar por el corazón. En Cádiz han atracado barcos de ricos desde los tiempos del Descubrimiento de América, aunque desde el XVIII en adelante, cada siglo vienen menos. Este megayate no trae nada raro, parece, sino que lo dejan ahí, como parte del paisaje marinero gaditano en la temporada de invierno.

ES digno de compasión el papel que ejerce el portavoz socialista, Fran González, en el Ayuntamiento de Cádiz. Debe elegir constantemente entre susto o muerte. El susto es apoyar a la oposición del PP y Ciudadanos, con la que un sanchista como él no se debería asociar. Pero la muerte es apoyar al equipo de Podemos y Unidos, cuya incompetencia y falta de ideas conoce a fondo y padece de cerca. En la Fundación de la Mujer se ha vuelto a ver, en este duelo que ya es cansino. Pretendían quitar la vicepresidencia a María Fernández-Trujillo, de Ciudadanos, para devolvérsela a Ana Camelo, de Podemos. Como Fran conoce a las dos, sabe quién representa el susto y quién sería la muerte.

EL nuevo turismo gaditano es el de la nueva cocina. Se ha notado en Fitur, donde la Diputación ha apostado por las ferias y eventos relacionados con la gastronomía. No es por casualidad, sino porque The New York Times es un diario influencer de tomo y lomo (en manteca). Ha puesto el foco al situar a Cádiz entre los destinos del 2019, y destacar de modo sobresaliente la cocina gaditana. Ahí tenemos un filón. Se añade a otros que ya existen, y que no se pueden olvidar, como el turismo de playas en verano y el cultural durante todo el año. En conjunto, es una oferta imbatible. Y contra eso no hay que despotricar, sino aprovecharlo para atraer turismo de lujo y aumentar el nivel de renta provincial.

EXISTE un clamor popular y ciudadano para que el cambio se note. También para darle otro aire a las medallas y distinciones del 28-F. Si Andalucía celebra en ese día su autonomía, que fue la reconquista democrática de la libertad, se debe notar, pero de verdad. Empezando por incluir en los nombramientos a los que fueron castigados con un vergonzoso y partidista olvido. Por eso, varios compañeros periodistas, a los que me adhiero, están pidiendo estos días la Medalla de Andalucía para Antonio Burgos. Pero seamos justos. La Junta no debe concederle una medalla, sino nombrarlo Hijo Predilecto de Andalucía, su máxima distinción. Igual que lo nombraron Adoptivo en Cádiz, en tiempos de Teófila. Se lo merece desde hace muchos años. Y no sólo porque sea un gran periodista, un maestro de generaciones de articulistas, sino por su importancia para forjar la conciencia de Andalucía.