HEMOS entrado en los días más filosóficos del procés. Con esto no quiero decir que Mariano Rajoy sea un nuevo Parménides, ni mucho menos que Carles Puigdemont se asemeje a Nietzsche. Tan sólo que toca pensar, después de los incidentes del domingo pasado, y de las urnas con más votos que votantes. Los exégetas de Rajoy han explicado que no está de brazos cruzados, como sospechan muchos españoles, sino que practica la Teoría de la Acción y la Reacción. Soraya lo tiene todo previsto, a pesar de la reprobación de Pedro Sánchez para ayudar. Se trata de responder con una reacción legal a cada una de las acciones ilegales. También se trata de no pasar a la acción con precipitación, porque entonces la CUP tendría la oportunidad de una reacción para afianzar la sublevación.

EL conflicto de Cataluña forma parte de otro más grave, que es la impotencia de Europa. Estamos volviendo al escenario de hace un siglo, a lo que había antes de la Guerra Civil española (en clave interna) y antes de la II Guerra Mundial (en clave europea). Vivimos en unos tiempos en los que casi todo se reduce a la economía y los intereses, como se ha visto en la cumbre europea de Tallin. Los políticos no entienden que este es un problema ideológico. Han perdido las ideas que inspiraron la Europa democrática. Sólo quedan los restos del naufragio. La sociedad se polariza por el odio de clases. Así engordaron, hace un siglo, a los fascismos (por la extrema derecha) y al comunismo (por la extrema izquierda).

TODO el mundo quiere saber lo que pasará el Cataluña a partir del 1-O, que es el próximo domingo. Nadie lo sabe con certeza. Sin embargo, la espiral de locura que abrieron Puigdemont, Junqueras y los de la CUP siguen adelante, por muchos guardias civiles y policías que impidan las votaciones. En lo político, no han dado ni medio paso atrás, desde que comenzó el procés. Significa que, a partir del lunes día 2, pueden caer en la tentación de declarar una independencia unilateral, que carecería de virtualidad internacional, pero sería muy apreciada por sus huestes, como sustento emocional. La otra opción, la más sensata, sería convocar elecciones autonómicas en Cataluña.

A Pablo Iglesias, y a los de Podemos en general, se les nota demasiado que el procés de Cataluña les incomoda. Para empezar, obliga a definirse en una cuestión donde les conviene mantener la cobardía de la ambigüedad. Para seguir, les crea un conflicto territorial en Cataluña, donde sus bases son independentistas, y les origina un marrón en el resto de España, porque pueden desencantar a  votantes que arrebataron al PSOE. Para justificar lo injustificable, sus dirigentes (incluyendo a su lideresa andaluza Teresa Rodríguez)  han optado por la cuadratura del círculo: apoyar el referéndum, pero no la independencia de Cataluña.

CATALUÑA se jodió del todo el 9 de enero de 2016, el día que pactaron la antigua CiU y ERC con los antisistemáticos de la CUP para votar a Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat. De ese modo los partidos independentistas de la burguesía catalana y la izquierda republicana de butaca se aseguraron lo que les faltaba: unos mamporreros. Poco después establecieron una hoja de ruta, que fijaba la desconexión catalana para el otoño de 2017. En eso siguen, no han dado un paso atrás. El PP y el PSOE se distraían con sus propios asuntos, y pensaron que el conflicto se arreglaría gracias al sentido común. No entendieron que los otros navegaban por un río que desembocaría en la independencia, sí o sí, por lo legal o lo ilegal, antes o después.