UNA catástrofe como la de Valencia era inimaginable en este país. Por eso, después de las inundaciones, no nos podemos quedar sólo con la baja política. Ni tampoco sólo en la resignación de una lluvia de millones que contribuya a la reconstrucción de todo lo destruido. Por supuesto que hay que tomar decisiones e invertir para paliar cuanto antes mejor las pérdidas. Sin embargo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón tienen una alta responsabilidad, incluso personal, porque no estuvieron a la altura de las circunstancias. Esta catástrofe les obliga a adoptar medidas de fondo y a que las autoridades actúen para que en el futuro no ocurra algo de similar gravedad. Ha llegado el momento de analizar, diagnosticar y corregir el paisaje alterado.
OCTUBRE se despide con unas lluvias intensas que recuerdan las inundaciones de otros tiempos. La tragedia ha afectado especialmente a la Comunidad Valenciana, pero también ha causado graves daños en Andalucía y otras regiones, como Castilla La Mancha y Murcia. El número de muertos va en aumento, se remonta a los niveles de las grandes catástrofes. De vez en cuando, puede llegar una inundación de alto riesgo. En Sevilla, estas lluvias recuerdan las riadas del siglo pasado, la Operación Clavel de 1961, los desbordamientos del Tamarguillo, la rotura del muro de defensa, las barcas en la plaza de San Lorenzo y la Alameda… Una Sevilla de riadas que se identifica con los tiempos de Franco. Aunque forman parte de su historia.
EL atrio de la Real Iglesia de San Antonio Abad está en el cogollo de Sevilla, junto al kilómetro cero de la Semana Santa, que es la Campana. Si el incendio del pasado sábado hubiera ocurrido en los tiempos románticos de Gustavo Adolfo Bécquer, es probable que hubiera escrito una leyenda. Y se hubiera podido reeditar, un siglo y pico después, con prólogo de Rafael Montesinos, que era tan becqueriano como Gustavo Adolfo. Milagro es que se eleven las llamas junto al santo y no resulte quemado Judas Tadeo. Dicen que se hubiera calcinado en caso de ser una talla de madera, pero a lo mejor tampoco. Y que sucediera el sábado pasado, dos días antes de su fiesta (se celebró el lunes 28), añade otra casualidad, como las que concurren en los milagros dignos de leyenda.
TRANQUILIDAD, que el alcalde Sanz ya ha aclarado que no habrá tasas para los eventos extraordinarios que tanto gustan en Sevilla. Todavía no ha preguntado ningún partido en el pleno municipal cuánto han costado las últimas redadas extraordinarias en el Polígono Sur. Mover a la Policía Nacional y a la Policía Local siempre tiene un gasto, y también hay que ver el feedback. En este caso del Polígono Sur, hay que ver el retorno que supone para Sevilla volver a salir en los informativos por tener uno de los barrios más pobres y conflictivos de España. Y por haber montado una operación necesaria, que no debería ser extraordinaria, sino ordinaria. Los problemas de las Tres Mil Viviendas no son nuevos. Para que se vieran soluciones, lo primero sería hacer caso al comisionado, Jaime Bretón, al que nombraron, lo dejaron allí, y se han dedicado a no hacerle caso y aburrirlo.
LA exposición de los hermanos Manuel y Antonio Machado está siendo muy celebrada. Y con razón. Ha permitido que se ponga en el firmamento cultural sevillano la Fábrica de Artillería. Y, sobre todo, esta exposición, cuyo comisario es Alfonso Guerra y cuya coordinadora es Eva Díaz Pérez, ambos académicos de Buenas Letras, ha servido para que se vuelva a hablar de los Machado, y también de la división fratricida de las dos Españas. La exposición es buena y buenista, e intenta destacar el cariño fraterno que mantuvieron. No obstante, guste o no, son un símbolo de lo que ocurrió. Muchas familias quedaron rotas por las venganzas y el odio de ese conflicto de horror y muerte que fue la guerra civil.