CADA vez que lamentamos un incendio de proporciones gigantescas, como el de Moguer, se recuerdan perogrulladas para difuminar responsabilidades. Recientemente, cuando los catastróficos incendios de Portugal, se publicó que la culpa había sido de un rayo. Después se recordó la nefasta gestión de los siniestros en ese país vecino, donde gobierna un contubernio auspiciado por los socialistas portugueses, que es la envidia de Pedro Sánchez. Siempre hubo fuegos a lo bestia en Portugal, también cuando gobernaba el centro derecha. Y es sabido que muchos de los siniestros lusitanos (y de los hispanos) tienen fines económicos. Lo cual no evita el riesgo de que se les pueda ir la mano en ocasiones.

LA Justicia y la política tienen sus tiempos. Lo mismo pasa con el fútbol. No se interfieren entre sí, ¿verdad que no? Sin embargo, se da la curiosa circunstancia de que a veces se alinean unas conjunciones astrales espantosas, y empiezan los juicios de casos de corrupción cuando mejor conviene a este partido o al otro. O bien Hacienda cumple sus deberes en pleno desenlace del Campeonato de Liga; o cuando el Real Madrid ya había ganado otra Champions League. Ocurren rarezas. Leo Messi, el mayor contribuyente fiscal de España (incluyendo ahí a todos los genios de la corrupción), fue condenado. Y ahora le ha llegado el turno ¡a Cristiano Ronaldo! Justo en el momento ideal para hacer un buen negocio.

NO se pretende con estas líneas enmendarle la plana a Lope de Vega, apodado el Fénix de los Ingenios, tomándole prestado el título de su comedia, sino constatar que la primera ministra del Reino Unido se ha lucido. Theresa May quería ser como Margaret Thatcher, la dama de hierro, pero ella se ha quedado sólo en la dama boba. Pues lo que ha cometido ha sido una verdadera bobada: adelantar las elecciones, sin necesidad, pasándose de lista, con el resultado funesto de quedarse peor de lo que estaba y perder la mayoría absoluta. Y con la consecuencia colateral de dejar en el paro a varios compañeros. En el Partido Conservador británico están que se suben por las paredes, como los monos en el Peñón.

EN la política española, estamos en un momento apasionante. No por esa moción de censura que ha presentado Pablo Iglesias para perder el tiempo, sino porque hay un ambiente preelectoral que da miedo. A unos y a otros se les puede ocurrir forzar unas elecciones generales para 2018. Después de la nueva política, entramos en el tiempo de los novísimos políticos, que son los mismos que vienen liando el guirigay desde 2015: Rajoy, Rivera, Sánchez e Iglesias. Lo malo, para ellos, es que se terminó el tiempo de los solistas con mayorías absolutas. Para gobernar se necesita un dúo lo más dinámico posible. Pues, entre estos cuatro, montar un trío parece imposible.

NO es una novedad, pero está de moda. Vivimos en el tiempo de los emojis y sobran las palabras. En los tiempos arcaicos de la vieja política también había comunicación no verbal, pero era más áspera. Por ejemplo, en un pleno municipal, si algún concejal esbozaba un corte de mangas se le entendía perfectamente. O si alguien ponía el dedo índice hacia arriba. Y, si mostraba dos dedos, cabía interpretar a distancia si era el signo de la victoria o unos cuernos como los de los bueyes del Rocío. Fíjense que Messi, Cristiano y todos los futbolistas de ciertas pretensiones se tapan la boca cuando hablan entre ellos, como si trataran secretos de Estado o la declaración del IRPF. En cambio, cuando reclaman al árbitro y sus auxiliares se les entiende todo.