DESPUÉS de dos años sin que las cofradías salieran, por culpa de la pandemia, se espera un nuevo boom de nazarenos y nazarenas. Sobre todo se notará en la Madrugada, donde la Macarena ha calculado unos 4.000, la Esperanza de Triana 3.700 y los Gitanos unos 2.600. Otras cofradías no han aportado datos, pero si se confirmasen los anteriores, no sería raro que el Gran Poder salga con unos 3.000, el Silencio con unos 1.300 y El Calvario con unos 1.000. O vaya usted a saber. Porque son estimaciones realizadas por las cofradías de capa, que casi siempre se calculan al alza, y que se ven reducidas en las calles, porque algunos no están en el cortejo durante la totalidad de sus largos horarios e itinerarios.

Las restauraciones de imágenes cofradieras en Sevilla siempre suelen tener matices polémicos. A veces con razón. En otros tiempos cometieron verdaderas barbaridades. Y no me refiero sólo a la transformación o retoques de imágenes, sino a cuestiones técnicas, como la metalurgia implantada por cierto profesor, o tratamientos de limpieza agresivos en modo hombre blanco de Colón. Ahora se impone una teoría en boga según la cual los imagineros no deben restaurar (ni siquiera cuando están capacitados), porque tienen tendencia a que se las vaya la mano creativa; sino que lo deben hacer los restauradores puros, que no sean imagineros.

HEMOS entrado en la Santa Cuaresma con un perceptible optimismo. Después de dos años sin pasar cofradías por la carrera oficial para cumplir su estación de penitencia a la Catedral, se espera una Semana Santa lo más parecida posible a la que conocimos. Quiero decir a la que conocimos en los últimos años, porque no habrá grandes cambios, ni mutaciones revolucionarias, ni tampoco restricciones fuertes o medidas coercitivas de ningún tipo. La mayor diferencia será el uso de mascarillas en las bullas y posiblemente en la carrera oficial. No así en los costaleros, que irán como siempre. Testados o sin testar, que no está claro. Pero sin faldones levantados, ni itinerarios por avenidas, ni paridas así.

LA Misión que ha organizado el Gran Poder ha sido algo más que santa. Es el acontecimiento masivo más importante que se ha celebrado en Sevilla desde que empezó la pandemia. Por supuesto, en todo lo vivido desde el 16 de octubre, se ha visto la mano de Dios, a su Hijo representado a través de la impactante efigie tallada por Juan de Mesa, cuyos cuatro siglos se han conmemorado. También se ha visto que Sevilla recibía ese zamarreón de emociones que necesitaba y esperaba, después de tantos meses de sufrimiento. No ha sido sólo una Misión para trasladarlo a Los Pajaritos, La Candelaria y Amate, y acogerlo en sus tres parroquias. Ha sido una Misión para toda Sevilla, desde San Lorenzo a los Tres Barrios, desde allí a la Catedral, para regresar triunfalmente a su basílica. Volvió a San Lorenzo, donde todos los caminos seguirán llevando, donde el Señor seguirá esperando.

EL año pasado escribí: “Este será el 15 de agosto más raro que hemos vivido”. No era previsible que en 2021 lo íbamos a superar en rarezas. Sin embargo, esta pandemia es una fuente de sorpresas. Llegamos al día de la Virgen con una ola de calor que llaman tropical, y con el precio de la luz por las nubes. Y sin procesión, por culpa de la pandemia interminable. Y con un arzobispo nuevo, monseñor José Ángel Saiz Meneses, que se ha estrenado presidiendo la novena, aunque todavía no ha salido en una procesión; ni parece previsible en lo que falta de año, siendo realistas. La situación anómala tiene consecuencias negativas para la devoción a la Patrona, que se había revitalizado en los últimos años con la presencia de más jóvenes y con peregrinos de las parroquias del Aljarafe.